Si algo le faltaba al sistema democrático para certificar su agonía ahí está el rutilante regreso de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos. Pero el condenado por crímenes diversos e intento de golpe de Estado, no logró semejante epopeya por sus propios méritos y por su reconocido talento para la manipulación de las masas. Contó con la complicidad inestimable de todo el Partido Demócrata con su contrincante Kamala Harris a la cabeza.
No dejaron error por cometer. Desde permitir que el todavía presidente Joe Biden se perdiera en sí mismo cuando ya era candidato, hasta centralizar la campaña en el feminismo y el aborto, cuando el proyecto mayor no era otro que convertir al mundo en un pandemónium armado. Enfrente, aquel proyecto de dictador, despectivo con los inmigrantes y los latinos, se focalizó en la necesidad de recuperar el brillo del imperio, con proteccionismo y prohibiciones de toda índole, convenciendo, incluso, a los latinos y a vastos sectores de la clientela demócrata. El hartazgo con la clase política tradicional solo fue puntillosamente disimulado por los asesores de campaña y camuflado por los medios de comunicación y encuestadores hasta la apertura de las urnas.
Lo demás, como desde hace un tiempo, fue obra de las redes sociales y los malabaristas de algoritmos. Semejante tarea colectiva, porque de eso se trata al fin, dio como resultado un presidente que asumirá el próximo 20 de enero, con prácticamente la suma del poder institucional. Contará con una amplia mayoría en ambas Cámaras del Congreso y con la afinidad de una Corte Suprema que destila conservadurismo. El escenario ideal para esa nueva corriente hegemónica de los outsiders concebidos en la ultraderecha (para usar términos ya obsoletos), adalides de la posverdad que vienen poblando el planisferio a los gritos y sin oposición a la vista.
Ni Trump, ni Viktor Orbán, ni Nayib Bukele o Javier Milei, por citar solo a los primeros, nacieron de un repollo. Son la consecuencia de las aberraciones, de cada uno de los elencos dirigenciales y del consecuente hartazgo social en sus respectivos países. Nadie hace más por estos liderazgos que el pseudoprogresismo o populismos varios, esos que, una vez en el poder, dejan de lado la biblioteca o la filosofía que pregonaban históricamente.
Muestras hay muchas. Somos latinoamericanos, y de falsos profetas y populismos podemos hasta dictar seminarios. Pero la última demostración de ello, acaba de tener lugar en el Reino de España, durante la reciente riada que arrasó con todo en varios pueblos de la Ribera Alta valenciana y que arrojó un saldo “oficial” de 223 muertos y un sinnúmero no determinado de desaparecidos.
Allí, tanto el presidente de Gobierno, Pedro Sánchez, como el de la Generalitat Valenciana, Carlos Mazón, y sus respectivos gabinetes demostraron que carecen del más mínimo conocimiento de las herramientas del Estado y del tino y voluntad de servicio necesarios para desempeñar los cargos que ocupan.
No reaccionaron ante la catástrofe. No solo que no se activaron las alarmas a tiempo cuando se detectó la llegada del fenómeno meteorológico, sino que el presidente llegó a decir que “si necesitan ayuda, que me la pidan”, desconociendo los protocolos que hay que aplicar en estos casos. Lo mismo ocurrió con Mazón y sus colaboradores. Con el correr de los días se supo que no sabían cómo reaccionar ante la inundación que arrasó con todo lo que encontraba a su paso. La imagen de los vecinos indefensos, solidarizándose entre ellos, mientras la presencia de las fuerzas militares y rescatistas brillaba por su ausencia.
Aquella situación fue la que enfureció a los vecinos de Paiporta, uno de los pueblos más afectados, cuando Sánchez y Mazón intentaron visitar el lugar junto al rey Felipe IV, quienes fueron recibidos a los piedrazos e insultos teñidos de barro. Casi sin quererlo, los doloridos valencianos parecían homenajear, de paso, a un hijo pródigo de esa tierra, Vicente Blasco Ibáñez, recibiendo a la triada de autoridades con “(más) cañas y (más) barro”.
Precisamente Sánchez, que hace unos meses, cuando llevó adelante el acting de reflexionar durante una semana con su renuncia denunciando que las acusaciones de corrupción contra su esposa, Begoña Gómez, obedecían “a una maquinaria de fango”, tuvo su cuota de barro e insultos que lo acompañará hasta su último día en el Palacio de la Moncloa.
Esa copia exponencial del kirchnerismo que es su gobierno tuvo su corolario cuando acusó a los vecinos que lo insultaban de “ultras perfectamente organizados”, por lo que tuvo que ser evacuado (¿el primero tal vez?) por su equipo de seguridad, mientras los reyes permanecían impertérritos, tratando de calmar a la gente y poniendo la cara ante la gravedad de la situación.
Sobran las razones para que los valencianos exterioricen la bronca de todas las maneras posibles. La multitudinaria protesta del sábado en el centro de Valencia, así lo ratifica. La ausencia a lo largo de los días de Sánchez y su gobierno, como de Mazón y la oposición del Partido Popular, solo puede ser celebrada por la versión local de Trump o Milei, aún por nacer. Los que más temprano que tarde, parecen llamados a dar vida a su propia Internacional.
Son personajes como Sánchez y sus pares los que le abren bien ancho el callejón por donde los excéntricos pares de Jair Bolsonaro (otro que aspira a la resurrección política por default de la democracia) vienen galopando a su voluntad. Esgrimiendo armas comunicacionales de nuevo cuño. Las mismas que los políticos tradicionales desconocen o, en el mejor de los casos, no sabe cómo operarlas.
Por eso, la riada en Valencia tardará en desvanecerse como una demostración palpable de toda la desidia de la que son capaces de administrar los políticos. Sin pasar por alto la caída en desgracia del portavoz del izquierdista Más, Íñigo Errejón, uno de los socios de Sánchez, acusado de acoso sexual, mientras los pilares de su propuesta de gobierno son, la igualdad de género y el feminismo. Tal como lo establece la Agenda 2030 a la que el progresismo de formas “neoliberales”, tal el relato de Errejón, adscribe con la misma vehemencia que ignora sus luchas históricas.
Y es que para ser de izquierda no solo había que serlo y verbalizarlo; sino también parecerlo.
Esas etiquetas, la derecha como la izquierda, pertenecen a un pasado tal, que tras estos dos acontecimientos históricos, el punto cero de una suerte de democracia autoritaria surgida de las urnas en Estados Unidos y la primera fractura seria entre la sociedad y la Corona española y la clase política en su totalidad, certifican el cambio de era: el poscapitalismo o el Tecnofeudalismo, según la teoría del economista y exministro de Finanzas griego Yanis Varoukafis en su último libro.
Y como es de rigor todo cambio genera resistencia. Mientras la clase política en su conjunto confluye bajo las órdenes de los grupos Bildelberg, Soros o BlackRock, las sociedades hacen gala de una feroz crispación sin creen en nada ni en nadie. Precisamente, el regreso de Trump así parece indicarlo. Poco le importó al electorado que se tratara de un criminal condenado, de un malo conocido.
Y es que cuando el Estado no da respuestas y las instituciones están tomadas por el tumor de la ignominia, siempre parece ser preferible un malo peligroso, o un gritón extravagante, que un psicópata al servicio de la destrucción, incansable a la hora de denunciar el fango para luego no dejar de chapotear en él.
Son esos modelos fallidos, apoyados en el personalismo y el embauque —salpimentado con un populismo llegado de “las indias”—, al que poco le importa la gente de a pie, la gasolina necesaria para que todo explote y entonces sí: tratar de llegar de entender este nuevo tiempo que nace y a sentir nostalgia por lo que comenzamos a perder definitivamente en la madrugada del pasado miércoles.
Como siempre, José Vales acierta en el análisis de la barrida que Donald Trump llevó a cabo con su oponente Kamala Harris… Gran y lúcido columnista…
muy buen artículo josé, un capo de Villa Maipú tenías que ser para realizar un análisis tan bueno de la realidad de las democracias en el mundo y latinoamérica.
muy buen artículo josé, un capo de Villa Maipú tenías que ser para realizar un análisis tan bueno de la realidad de las democracias en el mundo y latinoamérica.