Todos los presidentes deben sentir alguna vez la tentación del autoritarismo. La ilusión de que controlando el Parlamento y manejando la justicia tendrían todas las posibilidades de organizar un gobierno poderoso, eficaz y duradero, lleva a pensar que la separación de poderes y los mecanismos de control son estorbos o instrumentos de los opositores.
Para evitar esa tentación están las limitaciones del poder, el equilibrio entre funciones, la prensa independiente y la sociedad en su conjunto. Los dictadores militares que utilizaron armas y soldados en contra de la sociedad que financiaba la fuerza pública para protegerse, quedaron en el pasado, en novelas y relatos históricos.
En nuestros días los dictadores se presentan como defensores del pueblo, enemigos de los ricos, de la vieja política, de los jueces corruptos, de la prensa negativa y de los imperialismos. Es el populismo de izquierda que destruyó instituciones y empobreció países. Ese populismo está aterrizando en España.
El presidente Pedro Sánchez, acosado por las tramas de corrupción en su partido, en su gobierno y hasta en su familia, apeló a un episodio melodramático, muy usado entre los caudillos latinoamericanos, para escapar de las denuncias y comenzar lo que llama “regeneración de la democracia”. Consiste en controlar la justicia y la prensa porque ya controla la legislatura.
Paralizó por cinco días el gobierno y amenazó con renunciar. Los opositores más lúcidos sabían que era una maniobra burda y teatral, pero la inmensa tropa de funcionarios, académicos, artistas, afiliados y periodistas oficiales entraron en pánico y se apelotonaron en su defensa.
Sánchez retiró la renuncia y anunció la “limpieza” de la política española. Se propone cambiar las leyes para tomar control de la justicia y terminar con la prensa corrupta, garantizando el “derecho del pueblo a tener información veraz”. ¿Quién garantizará la verdad? Pues el gobierno; ese truco conocemos bien los latinoamericanos.
0 comentarios