Se acerca la campaña electoral, el lenguaje se caldea con insultos y denuncias: traidor, autoritario, loco, inútil, tonto, ladrón, narco, son algunos de los calificativos que silban como flechas en el aire sin que se sepa exactamente de dónde parten y a quién apuntan.
Arcadi Espada sostiene que el lenguaje hiperbólico utilizado en la confrontación revela el carácter ficticio de la lucha política. También en Ecuador los políticos polarizan deliberadamente las posiciones denunciando a los adversarios como los demonios del fin del mundo, aunque pactan con ellos antes y después.
La muchedumbre se toma en serio el lenguaje hiperbólico y cree ingenuamente que describe bien la realidad y, en consecuencia, decide inscribirse en uno de los bandos o acepta sus propuestas, como acepta candorosa las teorías conspirativas que circulan en las redes sociales.
Claro que no todos están ingenuamente en la política y en el gobierno. Hay allí varios círculos: el presidente, sus amigos y su equipo es el círculo central. En el segundo círculo están los beneficiarios de contratos, consultorías, pauta publicitaria, etc. La muchedumbre está en el último círculo, el de los excluidos, donde hay hambre y rechinar de dientes.
El lenguaje hiperbólico aleja de la realidad a los candidatos y aleja del debate a los electores. El relato oficial intenta polarizar entre gobierno y oposición, metiendo como conejos en el mismo morral legislativo, al correísmo, al social cristianismo y a Construye, pero ese relato tambalea, pues los tiros salen del mismo palacio, como ese rumor de la destitución por locura.
La revolución ciudadana está vapuleada por los golpes judiciales y los desvaríos de su líder; el movimiento indígena ha sido esterilizado al convertir al agitador en candidato; pero el candidato-presidente se ha fabricado sus propias trampas: la vicepresidente, su carácter autoritario, los zarpazos a la libertad de expresión, los desatinos verbales y las medidas inflacionarias.
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