Los presidentes populares y con mayorías legislativas siempre tienen prensa mansa. Parecen habilitados para gobernar y capaces de implementar las profundas reformas necesarias, sin embargo, son proclives a convertirse en esclavos de su popularidad. Reelegir al que gobierna bien es vigorosa democracia; gobernar para reelegirse puede convertirse en una perversión de la democracia.
A los presidentes impopulares la prensa les da un margen de tolerancia muy estrecho. Un gobierno popular goza de mucha tolerancia; puede gastar dinero en spots publicitarios que aseguren que ha creado 50.000 puestos de trabajo, aunque el número de afiliados se haya reducido y le desmientan las cifras oficiales.
Los altos índices de popularidad del presidente Noboa se deben principalmente a la declaratoria de conflicto interno que redujo la violencia y a la aprobación de varias leyes con los acuerdos legislativos. Por ello es pertinente preguntarse ¿hasta cuándo durará la guerra? y ¿hasta cuándo durará el acuerdo legislativo?
Durarán mientras sean útiles y posibles. Prolongar la guerra le conviene para mantener la sensación de seguridad que será el principal argumento para la reelección. Prolongar el pacto le conviene porque neutraliza a los enemigos políticos y garantiza el ejercicio del poder.
Un Ejecutivo aliado a la mayoría legislativa constituyen un poder casi ilimitado, pero viven en los límites entre la democracia y la dictadura como vemos en El Salvador, Venezuela y Nicaragua. España exhibe ahora la peligrosa elasticidad de la democracia que coquetea con tales veleidades.
Pedro Sánchez perdió las elecciones en España, pero, aliado con los partidos independentistas, separatistas y marxistas, armó una mayoría parlamentaria que le garantiza el gobierno, pero al precio de la impunidad. Sus aliados exigieron amnistía para sus crímenes de terrorismo, traición y malversación. Comprar una mayoría parlamentaria tiene alto precio, pero la mercancía que se compra es poder.
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