Goodbye, Globalization, goodbye

Abr 7, 2025

Por José Vales

En este duelo las armas no las eligen los padrinos, las  decide el marshall. Y este, a la vez, lo dejó claro desde que recuperó los bríos que le devolvieron los votos. Le vale madre todo aquello que huela a instituciones o valores constituidos. Tiene una tarea por delante y, como buen jefe, está decidido a cumplirla. En pleno reseteo geopolítico, él tiene a su cargo la inestimable tarea de acabar con aquel sistema con el que sus antecesores se habían enamorado para enterrar a la Unión Soviética, pero que fue mejor interpretado, casi en silencio aunque sin pausa, por China, nueva fuerza hegemónica a la que ahora pretende vencer.

Y es ahí en donde el marshall global, tal como se autopercibe Donald Trump, eligió disparar aranceles para combatir a los que él considera los enemigos de Estados Unidos. Y esa será la munición de esta guerra hasta nuevo aviso. Esta renovada versión del magnate, mucho más recargada que en su primer mandato (2017-2021), no repara ni en “los amigos” y mucho menos en los costos. Jura y perjura que lo hace para volver a hacer grande a su país, pero ningún economista en su sano juicio se atreve a compartir esa idea. Apuestan a un estancamiento global, máxime después de que Pekín le aplicará, en represalia, un 34 % adicional en aranceles a los productos estadounidenses.

De hecho, asistimos a la puesta en marcha de una suerte de turbo-acelerador para la reconversión definitiva en términos geopolíticos. Esta es la primera etapa. Lo que vendrá, acorde a lo que se observa, poco o nada tendrá que ver con lo ya conocido, ni tampoco parece pasible de ser analizado con variables de la vieja escuela o los cánones de la diplomacia que ya conocemos. 

Más allá de estas batallas arancelarias, las otras, las del fuego abierto, siguen su curso normal. La recurrencia de los ataques en Gaza y la ostentación armada entre Washington y Teherán se mantienen al orden del día como los ataques en Ucrania. Mientras la mayoría de los gobiernos europeos apelan a las antiguas recetas, sin resultados, los exponentes de esa nueva ultraderecha, que ve caer en desgracia a uno de sus miembros como Marine Le Pen, no atinan a descifrar a su referente global.

Ese es el caso de la italiana Giorgia Meloni, que se quedó descolocada en su férrea defensa del estadounidense o el argentino Javier Milei, que viene de protagonizar otra situación ridícula en su inexplicable sumisión a la figura del propio Trump.

El presidente argentino sigue timoneando una letal crisis económica, mientras aguarda, en forma desesperada, que el Fondo Monetario Internacional (FMI) le libere un nuevo crédito para evitar una devaluación monetaria en medio de una campaña electoral crucial para el futuro de su gestión. Con escasas herramientas políticas y diplomáticas, Milei parece haber agotado sus dotes de outsider. Ya se perdió la cuenta de los viajes que hizo a Estados Unidos en busca de apoyo ante el FMI, ya sea con Elon Musk o con el propio Trump. Siempre con la excusa de la entrega de un premio (hecho a la medida) a su figura, nunca en visita oficial.

Fue este último viaje el que lo llevó nuevamente a Mar-a-Lago (la finca del mandatario estadounidense) para participar de una de esas galas para recaudar fondos de Trump, en la que protagonizó un nuevo papelón, y esta vez de proporciones. Partió en un viaje relámpago porque desde el gobierno se dijo que mantendría “una reunión con Trump”. Era evidente que buscaba la foto como atajo para que Kristalina Georgieva, la mandamás del FMI, rubrique el crédito. Nada de eso ocurrió. El marshall no llegó o, en un ataque de crispación de Milei, decidió y ordenó a sus acompañantes a abandonar el lugar antes de la llegada del anfitrión. ¿El resultado? Una nueva corrida cambiaria, con caída en el valor de los bonos argentinos, incluida.

Minutos antes, Milei venía de dar un discurso ante los presentes donde resaltó que su gobierno adecuaría las condiciones para adaptarse a las nuevas reglas arancelarias impuestas por Washington. De nada sirve arrastrarse ante el marshall. Le aplicó a Argentina el 10 % de aumento arancelario a todos los productos llegados desde allí. Lo mismo que hizo con Colombia, Brasil y otros países que el Departamento de Estado califica de socialistas. 

Lo que no entienden los Milei-Meloni y otros recién llegados a los pasillos del poder es que en la lógica de Trump, como en la de Vito Corleone, la amistad no transita por la misma pista de los negocios…”.

El mensaje para Milei es directo: “Olvídese del swap con China si quiere nuestra ayuda”. Y es que las escuálidas reservas monetarias argentinas están conformadas actualmente por un 47 % de ese préstamo chino. Un detalle que había llevado al mandatario argentino a pasar de considerar a China como “un país comunista con el que no haremos negocios” a verlo como “un socio confiable”. Algo así, como una traición para el marshall.

Así las cosas, no se explica la genuflexión de Milei ante Trump, cuando las pruebas más recientes indican que al hombre se le bajan los humos cuando lo enfrentan, como el caso de la mexicana Claudia Sheinbaum, que supo llevarlo al terreno de la negociación. 

En otro marco, todo demuestra que esta “nueva derecha”, libertaria y devota del librecambio, necesita rápidamente cambiar el libreto. Revisar esa creencia (casi un acto de fe) de que el otra vez jefe de la Casa Blanca, es de todo menos un librecambista. Debería ser más fácil de lo pensado, si se tratará de hombres de Estado. Trump es un hombre de extremos y a ellos va llevar ese populismo desembozado que viene poniendo en práctica. Pero, en frente, al menos en el caso de Milei entre otros, tiene a hombres que se muestran decididos a acabar con el Estado. En el caso particular del argentino, la cosa es más grave aún. Debería descifrarlo al instante teniendo tan a mano, como tiene, esa fuente inagotable de populismo que es el peronismo.

No obstante, con urgencia, deberán volver a intentar entenderlo, no solo por el talante de Trump y su proyecto, sino porque está erigido en el comandante encargado de despedir para siempre la era de la globalización y, de paso, liderar, lo que históricamente ocurre con aquellos imperios a los que la soberbia, la avaricia y el desapego del Estado y las reglas provocan su inevitable destrucción. Solo es una cuestión de tiempo y de estar preparados. 



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