“¡Toma! Lee para que dejes de ser pendeja”

Abr 1, 2025

Por Verónica Barreiros

En ciertos círculos de México, se repite una leyenda urbana sobre Emilio “El Tigre” Azcárraga, el magnate de Televisa y uno de los hombres más poderosos de su tiempo.

Cuenta la historia que, en un evento con intelectuales, Azcárraga llegó acompañado de su última conquista: una joven veracruzana cuya mayor carta de presentación era su extraordinaria belleza. En medio de la reunión, la muchacha hizo algún comentario fuera de tono, lo que habría hecho sonrojar al magnate.

De regreso al apartamento donde, de vez en cuando, compartía techo y cama con ella, el “Tigre” se dirigió a la biblioteca, tomó un libro de historia de México y se lo lanzó a las manos con una frase lapidaria: “¡Toma! Lee para que dejes de ser pendeja”.

Este relato, aunque apócrifo, resume a la perfección cómo veía Azcárraga a la mujer que lo acompañó hasta su muerte. No tenía méritos académicos ni intelectuales, pero llegó a heredar el 16.6% de Televisa y otras empresas, y hoy es presentada como “empresaria y modelo”. Mientras el “Tigre” vivió, la joven sin estudios universitarios fue una alta ejecutiva de Televisa, con un sueldo millonario y una vida de lujos. Su único talento comprobado: ser la pareja del jefe supremo de la televisión mexicana.

Pensé en esta historia cuando escuché el monumental desliz de Luisa González en una entrevista radial en Ambato. Salvando las distancias (pues, a diferencia de la veracruzana, Luisa sí tiene estudios de cuarto nivel), lo que quedó en evidencia es su absoluto desconocimiento de la historia del país que dice querer gobernar.

Con la misma seguridad con la que un ilustre ignorante se aferra a sus errores, González adjudicó la frase “Hasta la victoria siempre” a Eloy Alfaro, el ícono de la Revolución Ciudadana. El periodista, atónito, intentó corregirla, pero ella, con necedad o con soberbia, insistió. Como todo el mundo (menos ella) sabe, esa frase es de Ernesto “Che” Guevara, un referente del socialismo latinoamericano.

El error provocó burlas y memes en redes sociales, atribuyéndole a Alfaro todo tipo de frases aleatorias. Pero más allá del chiste, la anécdota dejó en mí un sabor amargo. Una mezcla de vergüenza ajena y la inquietante sensación de que, tal vez, alguien debería lanzarle un libro de historia ecuatoriana y repetirle, sin adornos ni eufemismos, la célebre frase de Azcárraga.



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