Parodias en la posdemocracia 

Nov 18, 2024

Por José Vales

Rápido, sin pérdida de tiempo alguno, Donald Trump comenzó a delinear los casilleros de su segunda temporada en la Casa Blanca. Se afanó en salir a lucir ante el mundo su flamante condición de amo y señor de la política estadounidense, título que alcanzó merced a ese “sincericidio” tan propio de su persona al poner sobre la mesa los problemas económicos de los americanos de a pie. 

Ya designó al cubano-americano Marco Rubio como secretario de Estado y al presentador televisivo Pete Hegseth, un excombatiente del ejército en Irak y Afganistán y una temporada prestando servicios en la cárcel de Guantánamo, adornan su currículum. También anunció a Robert Kennedy Jr. al frente de la Secretaría de Salud. “Bobby” no llegó al cargo por su ilustre apellido, precisamente, ni por ser el Kennedy republicano, sino por haber depuesto su candidatura y por su militancia en contra de las vacunas.  

Nombres todos ellos que, junto al de Elon Musk (al frente del nuevo Departamento de Eficiencia Gubernamental), ya brindan una idea, bastante acabada, de cómo intentará ser la nueva Administración Trump. 

Por lo pronto el magnate festeja. Fue el pasado jueves en una cena de gala, en la fastuosa finca del presidente electo en Mar-a-Lago, Palm Beach, con la que celebró su triunfo y en la que el único mandatario extranjero invitado fue el argentino, Javier Milei, el “León de las Pampas”, quien fue elogiado por el dueño de casa y arropado por los futuros miembros del gabinete republicano. Al punto tal que el argentino se animó a convertirse en el centro de atracción a la hora de mover el esqueleto al compás de Village People, la histórica banda de referencia para la comunidad LGBTI.  

Una paradoja mayúscula si se tiene en cuenta que el dueño de casa venía de advertir una horas antes que “¡¡Vamos a derrotar a la ideología de género, a los pervertidos que adoctrinan a nuestra juventud y vamos a quitar sus manos marxistas de encima a nuestros hijos!!” además de prometer que “no vamos a permitir que los hombres jueguen el deporte de las mujeres”. (sic)  

El condenado Presidente continúa poniendo el dedo en la llaga de sus derrotados oponentes. Los mismos que habían transformado ese tópico en uno de los ejes principales de su errática campaña. En cambio Milei salió de aquel ágape convencido de que pudo haber sido un pop star y que podrá, en un futuro no muy lejano, establecer un acuerdo de libre comercio con Estados Unidos, beneficiándose así de la cercanía que estableció con Trump, pero principalmente con Musk, otros de los accionistas del futuro gobierno. Siempre es mejor ilusionarse que deprimirse. Máxime cuando llegue la hora en el Salón Oval de privilegiar los intereses a las simpatías por el histriónico filotrumpista del “Fin del Mundo”.  

Mientras Trump celebra y comienza a perfilar ante el mundo cómo será su gestión, incluso brindando señales de por dónde piensa llevar su estrategia para América Latina, Joe Biden tuvo que ir a  poner la cara (no hay mucho más para poner) en la cumbre de la APEC (Foro para la Cooperación Económica del Asía-Pacífico, por sus siglas en inglés), con el líder chino Xi Jinping. Él, precisamente, será el rival en la pelea de fondo con el magnate. 

Por lo pronto, las noticias y las imágenes que salieron de Palm Beach no resultan muy alentadoras para varias administraciones en América Latina. Podría decirse que llevan el sello de intragables para algunas figuras con severos problemas ante la Justicia, como es el caso de la expresidenta argentina Cristina Fernández, viuda de Kirchner, condenada a seis años de prisión por la justicia de su país. 

Justo Trump, al que ella solía celebrar por “nacionalista”, es el que unge a Rubio, su “enemigo público número 1” en Washington a la Secretaría de Estado. Fue este senador  quien batalló incansablemente desde el Capitolio contra su liderazgo y su gobierno.  

No obstante, la señora Fernández no debería preocuparse en vano. Solo debería inquietarla la quita de su cuantiosa pensión como presidenta y como viuda de otro presidente, Néstor Kirchner, que cobraba juntas, religiosamente, y que le fueron suspendidas por orden expresa del gobierno. O sea, del “León de las Pampas”. Por lo demás, puede dormir tranquila. La Justicia argentina contra los presidentes sentencia, pero no encarcela. 

En medio de los graves problemas económicos que presenta su país, y las escasas herramientas con las que cuenta la administración Milei para resolverlos, este tipo de efectos, de bombas de humo, como la de poner fin a las pensiones de la expresidenta (poco más de 21.000 dólares mensuales), ayudan a solidificar el apoyo de ese electorado que se dejó llevar por “las fuerzas del cielo” (al decir del mandatario), lo que en criollo se traduce en hartazgo (del kirchnerismo) y desesperación. Por lo demás, será la Justicia la que deberá decidir al respecto. En ese país ganarle un juicio al Estado, equivale más o menos como pegarle a un borracho. Y la señora es experta en el asunto. 

Es ese marco de escasez de recursos y de una oposición a la altura de los tiempos que corren, en el que Milei necesita de enemigos fácilmente digeribles. Figuras que se presten a representar el mal. Y la que se presta, por necesidad más que por convicción y ganas, es la viuda de Kirchner.  Ambos se disparan con descalificativos de distinto calibre por la red de Mr. Musk, pero se necesitan el uno al otro, tanto como el agua.  

Él precisa escenificar el cambio prometido con medidas coyunturales porque las de fondo, las que ayuden a transformar a un país, esas todavía brillan por su ausencia y no son pocos los que ni siquiera las esperan. Está convencido de que es “la candidata ideal” para sus planes de expansión de poder. Cada vez que recibe un ataque de la viuda, sus acciones suben como la espuma.  

Ella, por su parte, necesita del ese otro extremo que representa el presidente porque le urge una candidatura que nuevamente le brinde fueros y poder hacerse fuerte para negociar, entre otros temas, los nombres de los futuros miembros de la Corte Suprema de Justicia, máximo tribunal que tendrá en sus manos las llaves para llevarla a prisión o prolongarle su libertad. 

Ambos saben que en Argentina, a diferencia —sin ir más lejos— del Perú, los expresidentes, sin importar el tenor de los delitos cometidos, no terminan en prisión. Carlos Menem (1989-1999), “el padre de la Argentina decadente”, es el antecedente que podría hasta sentar “jurisprudencia” al respecto. 

Entonces, de lo que se trata es de mantener la parodia de una pelea política. Un enfrentamiento grandilocuente, pero en el que la sangre nunca llegue al río. Y esta no es la única, sino una de las tantas.  

Para muestra basta la que mantienen Washington y Caracas, un enfrentamiento que se salda con Maduro fortificado en el Palacio de Miraflores y la comunidad internacional haciendo “nada” para castigar los comicios fraudulentos, mientras la Exxon Mobil, a través de Chevron, lleva más de un año extrayendo petróleo de la Faja del Orinoco.  

Solo son negocios… Algunos económicos y otros políticos que con el tiempo podrán derivarse en financieros. Para la concreción de unos y otros suelen ser útiles las parodias. Como un nexo, un puente en la historia en sus dos versiones: la trágica y la cómica.  

Y como estamos ante el alumbramiento de un tiempo nuevo  —el que debiera arrancar el próximo 20 de enero con la asunción oficial de Trump—, una época que promete alumbrar una nueva era histórica, todo debería arrancar con una tragedia, como corresponde. Y esa, esa sabe aguardar su momento. 



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