En la agitada sociedad actual aparecen figuras de famosos, con fiebre de poder, que desafían al sistema y logran el apoyo de las masas. Los llamados outsiders se presentan ante las audiencias como vengadores o liberadores, pero una vez en el poder son engullidos por el sistema o se vuelven autoritarios.
El presidente Daniel Noboa se presentó en la campaña electoral como el envés del político: joven, sin experiencia, sin discurso, sin agresividad, sin partido. Aseguró que costaría encasillarle en los viejos paradigmas ideológicos y políticos; como autodefinición dijo: “no soy un anti nada, soy un pro Ecuador”. Con el tiempo se va pareciendo al viejo paradigma.
Los primeros acuerdos generaron la ilusión de una era política diferente, que superaba la división del país en bandos, correísmo y anticorreísmo, que conseguía gobernabilidad. La ilusión duró poco, el presidente empezó a convertir a los aliados en enemigos, a vender un relato alejado de la realidad, a imponer su voluntad, a incomodarse con los periodistas.
El episodio de la embajada de México y el ataque implacable a la vicepresidente pusieron al descubierto rasgos preocupantes de autoritarismo. Buscando la forma de alejar definitivamente a su binomio, ha movilizado funcionarios, procurador, jueces, Asamblea, Corte Constitucional y periodistas que llevan meses buscando resquicios legales para resolver ese problema.
Los expertos sostienen que el poder político se sustenta en la capacidad de comunicar un relato que genere emociones, sentimientos y adhesión, pero sabemos bien que el relato no tiene que ser verdadero, basta que sea verosímil, como dice Umberto Eco, y en ello reside su debilidad.
El presidente Noboa ha sido un buen comunicador, de acuerdo con los índices de aprobación y credibilidad, pero algo ha fallado. Algunos dicen que el gobierno no tiene qué comunicar, otros que ha sido absorbido por la realidad inmediata y, por tanto, descuida el futuro. Rehacer el proyecto y el relato es urgente.
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