Desde que los ciudadanos dejaron de creer en dioses y héroes, la política bajó de nivel. No es solamente que ya no hay ojos para ver a los héroes, sino que no hay héroes, se desvanecieron. Los políticos se van volviendo efímeros, su estrategia es parecer tan vulgares como el vulgo. Enredos, chismes y sospechas son la materia prima de la política.

El viceministro de gobierno ha envenenado las relaciones entre Ejecutivo y Legislativo sembrando sospechas: que se ha formado una nueva mayoría en contra del gobierno, que se ha formado una comisión para analizar el informe presidencial y destituir al presidente por incumplimiento de funciones y que quieren apuntalar a la vicepresidente Abad que dice es enemiga directa del presidente.

La denuncia no debería provocar más allá de una sonrisa piadosa de no ser por la sospechosa reacción, airada y solemne, de las autoridades de la Asamblea y algunas diabluras que justifican el espanto en palacio: reducir la capacidad del veto presidencial, privilegiar la entrega de recursos a los gobiernos seccionales, entrometerse en la disputa pueril del binomio presidencial; trastadas de políticos maliciosos.

Intereses electorales soterrados urden picardías y trampas de un lado y provocan recelos y espanto en el otro. El ciudadano que esperaba soluciones para sus problemas, no se interesan para nada en los juegos políticos que buscan agitar emociones y dividir en bandos al electorado.

Correísmo y anticorreísmo jugarán una nueva partida en esta precampaña electoral y los tontos correrán en direcciones opuestas para buscar candidato, siguiendo el rito democrático. La aparición de un tercero que emocione y persuada sería transformar el rito en un milagro.

Los jefes del correísmo y del anticorreísmo pactaron la gobernabilidad, aprobaron leyes, se repartieron la Asamblea, se traicionaron. Otros seis partidos juegan el rol de figurantes. Un tercero que lidere la unión de los 250 partidos restantes, si fuesen verdaderos, sería imbatible.