Cualquier conflicto armado es un atentado contra la civilización; las guerras pretenden resolver con violencia desacuerdos que deberían zanjar los políticos que juran cumplir las leyes y luchar por la paz. Los dueños del poder están hinchados de soberbia y quieren hacernos saber que están dispuestos a todo para seguir en el poder.

Quedan pocas democracias en el mundo, aunque casi todos los gobiernos del planeta quieran llamarse democráticos. Deberíamos eliminar de la lista de gobiernos democráticos a tiranías como la de Putin que dicta los resultados de elecciones de pantomima o la de Xi Jinping que tiene todos los poderes y la eternidad de los sátrapas.

No debería permitirse que se llamen democráticos o populares gobiernos comandados por caudillos que no conocen elecciones como en Cuba, que eliminan de la competencia a los contrincantes metiéndolos en la cárcel como en Nicaragua y Venezuela o consagran dinastías hereditarias que acorralan a los ciudadanos como en Corea del Norte.

Docenas de caudillos hay en el mundo que, aunque se llamen presidentes, no respetan la separación de poderes ni los límites que las leyes imponen a su autoridad. Esos líderes mediocres que quieren hacerse grandes usurpando poder y autoridad sirven de modelo maligno para gobernantes débiles que, elegidos democráticamente, llevan el germen del autoritarismo y la soberbia.

La delincuencia organizada y la corrupción han destruido muchos países que estaban destinados a ser sociedades libres y desarrolladas donde los ciudadanos tengan igualdad de oportunidades. Así podía ser nuestro país. Deprime constatar la podredumbre que ha destruido los niveles más altos de la sociedad como ha demostrado la más valiente Fiscal que hemos tenido.

Las últimas noticias llenan de perplejidad. Los escándalos del presidente en España reseñados por la prensa y las acusaciones al hijo de la vicepresidenta, son deprimentes; si son hechos falsos resultarían espeluznantes, si son verdaderos serían aterradores.