El sube y baja del impuesto al valor agregado es un juego de los políticos para entretener a ciudadanos de espíritu pueril; es el mismo sistema de ofrecer rebajas “de oportunidad” después de subir “oportunamente” los precios; el mismo mecanismo político utilizado para desinflar el proyecto que ellos mismos inflaron a favor de los condenados.
Desde que el pensador holandés Johan Huizinga escribió Homo Ludens, se ha aplicado la teoría de los juegos a casi todas las actividades humanas. Aunque Huizinga considera el juego como una tendencia instintiva, advirtió que con el tiempo el juego ya no divierte y degenera en puerilidad.
Ninguna actividad se identificó con el juego más que la política por su insaciable sed de trivialidad, sensacionalismo y masificación. Así mismo, ninguna actividad ha pervertido más las cinco características del juego que señaló Huizinga: el juego es libre; no se confunde con la realidad; difiere de lo ordinario en espacio y en tiempo; genera orden; y no tiene relación con intereses materiales o ganancias.
La política ya no entretiene porque carece de reglas, provoca caos, miente y roba. Los juegos de la política son absurdos, macabros o abusivos. La existencia de 300 organizaciones políticas o la maraña de miles de leyes, reglamentos y ordenanzas, son la expresión del absurdo.
Franz Kafka pintó en su novela El Proceso las características del absurdo en la organización social propuesta por los políticos: un ciudadano es acusado de algún delito que nunca llega a entender, debe sufrir un proceso que le resulta indescifrable, interminable, caprichoso; sin embargo, termina sitiéndose culpable y reclamando castigo.
Este absurdo lo vivimos todos los días. Esta semana un ciudadano acudió a dar un examen para renovar su licencia de conducir, con el documento que obtuvo pidió turno para el siguiente paso y le concedieron para el mes de abril; miró el documento y advirtió que caducaba antes de la fecha asignada. Son los juegos absurdos de la política.
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