El exmandatario argentino Mauricio Macri acaba de dar una lección de vida a todos los expresidentes que se dicen progresistas con aureolas mesiánicas, aferrados al poder, con uñas y dientes, con tal de no perder los privilegios de ellos y los de sus pandillas.

Macri se acaba de bajar de la carrera presidencial, abriendo el abanico electoral de Juntos por el Cambio, entre: Larreta, Bullrich, Vidal, entre otros.

No fue fácil, dice Macri. Primero –dijo- tuvo que vencer a ese enano interior que todos tenemos dentro de nosotros: el ego, que le decía una y otra vez, en coro: tú puedes, las encuestas te dan, tienes tu revancha.

Ecuador puede reflejarse en el espejo de Argentina, o viceversa. Ambos países divididos, internamente, por el odio, el resentimiento, que tan certeramente sembró el progresismo facho durante 10 años en la sociedad ecuatoriana. Sí, es ese mismo quiere regresar recargado y con hambre atrasada.

El renunciamiento de Macri, es digno de emular y aplaudir. Un gesto tan noble y transparente de parte de Cristina Kirchner o Rafael Correa es impensable. La talla moral no les da. El exmandatario ecuatoriano no lleva un enano dentro de sí, como el que describe Macri, no. Lleva a cuesta un megalómano indomable. Busca, a toda costa, una sola cosa: la revancha política.

A Correa solo le interesa el poder, la impunidad, y su ego.