Un año de instalada la Asamblea Nacional y su bochornoso papelón, al igual que la tos, no se puede ocultar. La protagonista, de largo, es su presidenta Guadalupe Llori. La desaprobación a su gestión alcanza niveles de espanto: el 49,60 % la califica de mala, y un 30,93 % de muy mala, según una última encuesta. Con semejantes cifras debería dar un paso al costado, y no precisamente para bailar.
Envalentonada por estar enroscada a los entresijos del poder, ha dicho que ni Dios la saca del cargo. Blasfemia pura y barata. Se aferra a un cargo que le quedó obeso. Sus desaciertos han logrado lo impensable: aglutinar los votos de una sedienta oposición que pugna por tomar el control legislativo y someter al presidente.
La bisagra de Llori es Lasso. Llori sin Lasso no es nada. Lasso y Llori son la misma farsa. A los dos los une y les atormenta los mismos cucos: Correa y Nebot.
Se define como una guerrera -eso no está en duda-, pero eso por sí solo no le alcanza para presumir tal alta dignidad. No le dio la talla. Su falta de liderazgo es evidente; el conocimiento le es esquivo; su incapacidad política es manifiesta, y su oratoria nula. Por si fuera poco, las denuncias de corrupción en su contra se cierran como tenazas alrededor de una frágil reputación hecha jirones y ensombrecida por las angurrias de mantenerse en un cargo nunca antes ostentado.