Por Jorge Gallardo
Me identifico plenamente como se define el caricaturista nicaragüense Pedro X. Molina: “soy ateo ideológico”. No cree ni le importan las ideas de la izquierda o de la derecha, del centro o de los extremos. Él cree en su país y le importa su gente. Cree que ambos necesitan un mejor momento y no la dictadura de Daniel Ortega, su mujer Rosario y la camarilla que detenta el perpetuo poder.
Las ideas del buen gobierno de donde quiera provengan merecen acogerse y llevarse a la práctica para que los países se desarrollen y los pueblos tengan bienestar, pero las ideas como impronta indeleble, nacidas y fosilizadas por políticos sectarios y dogmáticos, requieren despreciarse y eliminarse por el retrete.
Los países desarrollados y los países fracasados, cada cual, son resultado de los valores que los gobernantes dan a las ideas políticas, unas escritas en piedra y otras evolucionadas y producto de experiencias. Muchas ideas en las naciones exitosas son copiadas, repetidas, mejoradas; en las naciones perdedoras, en cambio, además de copiarlas y repetirlas, las empeoran. Por eso, es muy fácil saber cuáles son las ideas que sirven.
Por supuesto, la “lluvia” de ideas siempre es positiva y lo es más cuando las mejores son las escogidas para concretarse en los hechos. Para el efecto, hacer abstracción de su origen es lo correcto. Prosperidad, justicia social, libertad, democracia real, justifican –y de largo-, la trascendencia de que lo acertado es practicar el ateísmo ideológico. Es lamentable, sin embargo, que no sea eso lo que acontezca y que, todavía, unos muy pocos, cual ciegos que no quieren ver, poseídos por ideas caducas y decepcionantes, insistan en aplicarlas –qué pena- para seguir usufructuando de la pobreza y del subdesarrollo.