El orden mundial es un invento europeo que tiene algo más de 400 años; fue un acuerdo de paz celebrado en la región alemana de Westfalia para poner fin a la guerra de los 30 años en la que no había vencedor. Unidades políticas diferentes, con filosofías, religiones y prácticas internas contradictorias, tuvieron que renunciar a las ideas absolutas para ponerse de acuerdo en reglas prácticas para mitigar conflictos.
Cuando Estados Unidos asume el liderazgo global después de las guerras mundiales identificó, según Henry Kisinger, su propio ascenso con dos factores fundamentales en su concepción de gobierno: libertad y democracia. Sobre estos valores estableció un nuevo orden que haría posible una paz justa y duradera.
Por un tiempo pareció funcionar la idea; la democracia se extendió, se desarrollaron la economía, las comunicaciones y las redes financieras a nivel global; se abrió la posibilidad de empeñar esfuerzos comunes para resolver problemas medioambientales. Pero las reglas de la democracia, aunque se proclamaron, no se cumplieron o sufrieron interpretaciones diversas.
La crisis financiera, las guerras, el terrorismo, las pandemias y líderes autoritarios que aspiraban a ser vitalicios, y ahora a vivir 150 años, han devuelto al mundo la sensación de caos y la necesidad de restaurar el orden mundial. Estados Unidos y Rusia parecen buscar de nuevo el orden sobre la base del equilibrio de poderes.
La presión que Estados Unidos ejerce sobre Maduro con la guerra declarada a los carteles del narcotráfico, sin que las potencias hagan más que declaraciones de compromiso, parece inscribirse en la recuperación de las zonas de influencia como zonas de seguridad y como mecanismo de equilibrio de poderes.
La visita del secretario Marco Rubio a Ecuador y México está relacionada no solo con la lucha contra el narcotráfico, la migración ilegal y el comercio, también tiene que ver con el área de influencia de Estados Unidos y la contención de “actores malignos extracontinentales”.
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