Noboa y la posideología

Ago 24, 2025

Por Heidi Galindo

Al hablar de cooperación con Lula da Silva en Brasil, el presidente Noboa aseguró que “las diferencias ideológicas quedaron en el pasado”. En Montevideo, frente a Yamandú Orsi, fue aún más categórico: “la era de las ideologías ya pasó y debemos atender los problemas urgentes de nuestros ciudadanos”. La lectura rápida es tentadora: suena a pragmatismo, a sentido común, a eficiencia. Pero surge la pregunta: ¿qué ideologías impedirían realmente acuerdos prácticos entre países vecinos? La excusa no resiste un mínimo análisis.

Decir que la ideología se deja de lado puede sonar a virtud política. Negociar sin doctrinas agiliza tratados, evita fricciones y genera resultados concretos. Pero ningún conflicto —económico, social o diplomático— desaparece borrando la palabra “ideología” del discurso. Brasil y Ecuador no compiten en un juego de ideas; compiten en intereses, comercio y geopolítica. La “neutralidad ideológica” aquí es un disfraz: un barniz que encubre intereses concretos mientras lo táctico se vende como inteligente.

El estribillo de que vivimos sin ideologías tiene historia. Del “fin de las ideologías” de Daniel Bell en los sesenta al “fin de la historia” de Francis Fukuyama en los noventa, la promesa posideológica reaparece cada cierto tiempo. Bell veía la gestión técnica como sustituto de las grandes ideologías; Fukuyama celebraba la democracia liberal como fin de los grandes conflictos; hoy, estas ideas explican la retórica de líderes como Noboa al afirmar que ‘la era de las ideologías ya pasó’. No describe un hecho; configura nuestra manera de pensar la política y los conflictos sociales.

Žižek recuerda que toda ideología funciona mejor cuando intenta ocultar su carácter ideológico. Bajo el ropaje de la posideología, los intereses dominantes se presentan como inevitables, casi naturales, dificultando imaginar alternativas. La política, en cambio, sigue siendo el espacio donde se enfrentan visiones del mundo, se disputan sentidos y trazan horizontes.

Trasladar ese guion al frente interno es todavía más riesgoso. Ignorar la ideología es ignorar los conflictos que sostienen la democracia. No hablamos de dogmas, sino de valores y prioridades que siguen operando, incluso cuando se proclama su desaparición. Afirmar tal cosa no es un diagnóstico: es manipulación. Es un gesto que busca moldear la realidad política mientras los antagonismos persisten, pues la democracia —aunque frágil— no se reduce a un simple cálculo de conveniencias.



0 comentarios

Enviar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *



Te puede interesar




Lo último