Hace apenas una semana escribía en estas mismas páginas sobre la poca conciencia ambiental que arrastra Guayaquil, hoy la realidad me da la razón con la mutilación de decenas de árboles urbanos bajo el disfraz de “poda” en la urbanización Las Garzas y en el sector de Puerto Santa Ana.
Digamos las cosas por su nombre, eso que se ve en las imágenes y videos, troncos desnudos, ramas cortadas, sin copa, sin follaje, sin vida, eso no es poda, es mutilación. Es la anulación inmediata de todos los servicios ecosistémicos que esos árboles daban a la ciudad: sombra que mitigaba el calor, hábitat para aves y polinizadores, captura de CO₂, absorción de ruido y polvo, y paisaje.
En casos como este la pérdida es doble: ambiental y social. Ambiental, porque al eliminarse la copa, se destruyen nidos y refugios en plena temporada en la que muchas aves aún crían y les dejaron sin hogar, de ahí que se puede ver decenas de pájaros volando desorientados en videos que deberían mover un poquito la sensibilidad hasta al más parco. Social, porque los peatones y vecinos ya no tendrán sombra bajo la cual caminar, en una ciudad caliente, además los dejaron sin paisaje digno frente a sus casas.
Si, entiendo que quizá la razón es la cercanía con el cableado, pero vamos esa no era la forma ni la solución.
En términos técnicos, “podar” así estresa al árbol hasta el punto de acortar su vida. Los rebrotes que surgirán no serán fuertes ni duraderos, lo que convertirá a estos troncos mutilados en un riesgo futuro.
El costo de mantenimiento aumentará para el municipio y el resultado será un arbolado débil y enfermo, que deja de ser aporte socioambiental.
En una ciudad que sufre de calor urbano, la contaminación del aire y la pérdida acelerada de biodiversidad, mutilar árboles no es solo un error técnico: es un atentado contra el derecho de los ciudadanos a vivir en un ambiente sano. Esta vez no fue una poda desde el municipio, según las notas de prensa, fue una acción desde la ciudadanía, desde la administración de las urbanizaciones, si esto es cierto, la falta de conocimiento y conciencia ambiental mínima ya no es solo desde los llamados a organizar, gestionar y dirigir a la ciudad hacia algo más sostenible, sino que es también desde sus ciudadanos, ahí es cuando se pierde la esperanza.
Guayaquil no necesita menos verde. Necesita más conciencia. Necesita arbolistas formados, planes de manejo del arbolado urbano, voluntad política, pero sobre todo ciudadanos conscientes y comprometidos para entender que un árbol es más que un adorno: es infraestructura vital para la salud de la ciudad.
La mutilación de estos árboles debería indignarnos tanto como la tala ilegal en un bosque. Porque en el concreto de la ciudad, estos eran nuestros últimos refugios verdes.
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