En política, la concentración del poder rara vez se impone de manera abrupta; suele infiltrarse en la cotidianidad, erosionando las bases democráticas bajo el disfraz de reformas técnicas que ocultan su naturaleza autoritaria. La reciente aprobación en la Asamblea Nacional de eliminar el financiamiento público a partidos y campañas —pendiente aún de consulta popular y revisión judicial— no es un mero ajuste fiscal, sino un acto que profundiza la desigualdad política y refuerza el dominio exclusivo de élites con recursos privados.
Durante más de cuatro décadas, la financiación pública ha pretendido nivelar las contiendas electorales y sostener una competencia plural y representativa. Su supresión no eliminará a los partidos consolidados o con programa ideológico, pero ahondará la concentración del poder en las élites económicas y políticas, acrecentará el financiamiento privado de dudosa procedencia y afianzará el autoritarismo de Noboa. Pese a la crisis —el colapso hospitalario que causó la muerte de doce neonatos en Guayaquil y el récord de homicidios registrado en 2025—, Noboa, tras su marcha ante la Corte Constitucional, dio un paso más en su ofensiva para subordinar la independencia judicial, alegando que esta obstaculiza la lucha contra el crimen. La concentración del poder se extiende al Ejecutivo, Legislativo y electoral, consolidando un gobierno que avanza mediante decretos y clientelismo.
¿Por qué aceptamos con tal pasividad esta servidumbre? Desde el siglo XVI, Étienne de La Boétie planteó esta inquietante pregunta. Lo que luego se llamó hegemonía, violencia simbólica, habitus y reproducción cultural constituye un pacto tácito: sumisión impuesta y consentida, a veces inconsciente, pero sostenida por el miedo, la dependencia o el cálculo de los propios oprimidos. Alimentado por relatos oficiales y sostenido por sistemas educativos y culturales que naturalizan esos esquemas, el pensamiento crítico se ve sofocado.
Así, Ecuador experimenta un desalojo gradual y silencioso de sus espacios democráticos. La referencia al relato Casa tomada de Cortázar, recurrente en debates sobre la progresiva pérdida de espacios políticos o sociales, resulta ineludible al describir la entrega sin resistencia de lo que define el hogar político. El pueblo queda fuera; las puertas se cierran y la llave —arrojada sin retorno—sella el acceso a lo que fue suyo. Y, mientras nos distraemos, la gasolina se impone con su nuevo precio…
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