Washington ha roto todos sus récords al fijar en 50 millones de dólares la recompensa por Nicolás Maduro, una cifra que supera los 25 millones que ofreció por Osama Bin Laden y a cualquier otro objetivo previo. La decisión no es casual: para la fiscal Pam Bondi, el mandatario venezolano es “uno de los narcotraficantes más grandes del mundo” y una amenaza directa a la seguridad nacional.

La medida llega tras semanas de aparente acercamiento con Caracas, con la liberación de 10 estadounidenses presos en Venezuela, el retorno de migrantes venezolanos y la luz verde para que Chevron vuelva a operar en el país.

Pero, mientras estrechaba una mano, Washington apretaba el puño: la DEA asegura que solo este año ha incautado 30 toneladas de drogas procedentes de Venezuela, siete de ellas ligadas directamente a Maduro, además de bienes valorados en 700 millones de dólares.

Según Estados Unidos, Maduro dirige redes de narcotráfico que utilizan grupos como el Tren de Aragua, el cartel de Sinaloa y el cartel de Los Soles, integrado por altos funcionarios y militares chavistas. Caracas lo niega todo y acusa a Washington de inventar expedientes para justificar su presión política.

Para la Casa Blanca, el caso Maduro combina narcotráfico, alianzas con organizaciones criminales y un peso geopolítico que lo convierte en un blanco prioritario, por encima incluso de figuras históricas como Bin Laden o Saddam Hussein.