Reducir la estructura del Estado puede parecer sensato en tiempos de crisis. Menos ministerios, menos gasto, más eficiencia. Esa es la narrativa del gobierno de Daniel Noboa. Pero la austeridad, cuando no se acompaña de un diseño técnico riguroso, corre el riesgo de convertirse en una motosierra ciega. No es lo mismo optimizar estructuras que desmantelar funciones esenciales para la cohesión institucional.
La anunciada fusión de ministerios —de veinte a catorce— representa más que un mero ajuste administrativo, una reconfiguración profunda y, en muchos casos, incoherente. Fusionar el Ministerio de Cultura con el de Educación no solo reduce presupuestos, sino que anula una autonomía construida durante décadas. La cultura no es un apéndice pedagógico: es memoria, identidad, disenso y creación. Convertirla en una subsección equivale a invisibilizar su valor político y simbólico.
Ni qué decir de la fusión del Ministerio de la Mujer y Derechos Humanos con el Ministerio de Gobierno, que simboliza la degradación institucional en la defensa de derechos fundamentales. O de la del Ministerio de Ambiente con Energía y Minas. ¿Cómo gestionar el inherente conflicto entre la protección del ecosistema y la explotación de recursos naturales? Esta decisión no responde a una lógica técnica, sino a una opción ideológica: prioriza el extractivismo y diluye la urgencia ambiental. En un país megadiverso, esta unión equivale a entregar las llaves del bosque al avance implacable de la maquinaria extractiva. El caso de Costa Rica no es comparable: allí la institucionalidad ambiental goza de autonomía técnica y control público; aquí, ese blindaje no existe.
A ello se suma una oleada de despidos carentes de estudios de reingeniería institucional. Mientras tanto, la tasa de desempleo estructural se mantiene elevada y no se vislumbran políticas efectivas de generación de empleo. Max Weber sostenía que la burocracia es el andamiaje racional que sostiene la autoridad legítima del Estado moderno; desmantelarla sin rediseño es destruir ese principio.
Hay recortes que no ordenan ni aumentan la eficiencia, sino que precarizan aún más los servicios públicos. La narrativa que iguala recorte con eficiencia se desploma ante una administración que bate récords de viajes internacionales mientras desmantela políticas esenciales y deja a la ciudadanía desprovista de respaldo. Y cuando estas se improvisan sobre ruinas, lo que crece no es el orden, sino el vacío del Estado.
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