Recordando el 2 de agosto

Jul 31, 2025

Por Kléver Antonio Bravo

Todos pensarían que el 10 de agosto de 1809, día del golpe de Estado, fue un día de enfrentamientos, sangre, muertos, heridos o perseguidos. Nada que ver. En ese día, Quito amaneció con un concierto improvisado de campanas y con el presidente de la Real Audiencia de Quito destituido por la Junta Suprema de Gobierno. En ese día, el Sol apareció con gritos efervescentes y arengas del capitán Juan de Salinas, quien tocó zafarrancho en el cuartel con el grito “quieren defender la causa del rey Fernando VII, o ser esclavos de Bonaparte”, a lo que la tropa respondió “viva Fernando VII, viva Quito”.

Al puro estilo quiteño, el conde Ruiz de Castilla fue destituido sin sangre ni tropelías de ninguna clase. Así, el 16 de agosto asumieron del poder -en la Sala Capitular- de forma oficial las siguientes autoridades, sus cargos y su tratamiento: Juan Pío Montúfar, presidente de la Junta Suprema de Gobierno, alteza serenísima; José Cuero y Caicedo, vicepresidente, excelencia; Juan de Dios Morales, ministro de Negocios y de la Guerra, excelencia; Manuel Rodríguez de Quiroga, ministro de Gracias y Justicia, excelencia; Juan Larrea, ministro de Hacienda, excelencia; Vicente Álvarez, secretario particular del presidente, señoría. Además, se formó la primera unidad militar a la que la denominaron Falange Quiteña de S.M. Fernando VII, al mando de coronel recién ascendido Juan de Salinas.

Ruiz de Castilla no se quedó con los brazos cruzados. Envío cartas a los virreyes de Lima y Nueva Granada, quienes respondieron con el envío de tropas de represión, de modo que, para noviembre de 1809, Quito ya estaba invadida por dos compañías de Batallón de Milicias de Pardos de Lima, dos compañías del Regimiento de Infantería Real de Lima, una compañía de Popayán, un batallón de infantería de Santa Fe de Bogotá y un escuadrón de Dragones de la provincia de Guayaquil. Sumaron en total 752 soldados extranjeros al mando del teniente coronel Manuel Arredondo.

Debió ser el miedo a la represión, lo que obligó a la Junta a devolver el poder a Ruiz de Castilla, tomando en cuenta que nuestra primera fase de independencia, desde el 10 de agosto, duró apenas 78 días.

Recuperado el poder por parte de Ruiz de Castilla, vino la captura y encarcelamiento de los próceres en el cuartel donde estaban hospedados los zambos del cuartel Real de Lima, actualmente en el lado sur de Carondelet. Allí fueron divididos en cuatro grupos: los autores del golpe de Estado, los ejecutores, los que conocían el plan y no lo denunciaron y los auxiliares de la revolución del 10 de agosto.

Llegó el 2 de agosto de 1810. Entre la una y media de la tarde, seis hombres armados de cuchillos, asaltaron la prevención del cuartel Real de Lima, con la misión de liberar a los patriotas. En este asalto, logaron asesinar a cinco guardias de la entrada del cuartel, se tomaron el cañón para para realizar un tiro a la pared y hacer un boquete que facilite la fuga. Desgraciadamente el cañón falló y se dio el contraataque, donde el capitán Galup dio la orden de matar a los detenidos, de modo que el cuartel se convirtió en desorden, al compás de tiros y griteríos. “Fuego a los presos” dijo Galup. Se sabe que, a puerta cerrada, fueron asesinados en el orden de 60 patriotas al interior del cuartel. La imagen más cruel fue el asesinato de Rodríguez de Quiroga frente a sus hijas Luisa y María y una negra esclava que estaba embarazada.

El griterío y la sangre de los patriotas se esparció por las calles de Quito. El capitán Barrantes ordenó a viva voz “maten quiteños, desde el obispo para abajo”. Así fue como la ciudad se convirtió en una carnicería. El conflicto no pasó de dos horas. La caballería extranjera pasaba y repasaba al igual que los soldados extranjeros de infantería, todos, practicando el tiro al blanco con los quiteños. Según el historiador Carlos Landázuri, murieron entre 100 y 300 quiteños, a efecto de aquella represión del 2 de agosto.

Pero no fue solo la carnicería la que asustó al pueblo quiteño. Aprovechando la situación, la soldadesca extranjera incursionó en el robo, en el saqueo, la estafa y la extorsión. A lo que los barrios de Quito empezaron a organizarse para el contraataque, especialmente en San Roque, donde se armaron de fusiles y armas blancas. Viendo que la gente se armaba por la ira, la sangre y la masacre, la Iglesia actuó como mediadora, logrando que las tropas extranjeras abandonen la ciudad. Efectivamente, los soldados extranjeros salieron de Quito el 18 de agosto, en medio de insultos y reclamos, con la cabeza baja.

Por sospechas de una segunda revolución, el virrey Abascal ordenó que la tropa limeña se mantenga alerta en Guayaquil ante cualquier levantamiento popular en Quito, la “ciudad rebelde”. Así recordamos un episodio de sangre en nuestra historia nacional, sin dejar de lado que, el nombre del virrey Abascal tiene el nombre de una calle de Quito. Qué vergüenza histórica.



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