¿Renovación o repetición? Esa es la pregunta que se cierne sobre la Revolución Ciudadana, movimiento que dominó la política ecuatoriana por una década pero que hoy, dividido, golpeado por escándalos y sin rumbo claro, enfrenta una de sus peores crisis internas.
Aunque algunas voces dentro del correísmo hablan de renovación, el fondo revela otra cosa: un movimiento que se niega a romper con sus viejas prácticas, que no reconoce sus errores, y que sigue girando en torno a una figura que ya no representa un activo sino un freno Para el analista político Juan Andrés Rivadeneira, ” Rafael Correa pasó de ser el mayor activo de la Revolución Ciudadana a convertirse en el principal pasivo para la supervivencia del movimiento correísta”.
La respuesta de Correa a la reciente carta enviada por autoridades locales del movimiento —entre ellas, la prefecta Paola Pabón— pidiendo una reunión con él no de fue diálogo ni autocrítica: fue descalificación. Fiel a su estilo, acusó de traidores a quienes osaron cuestionar. Ante ello, Rivadeneira se preguntó: “¿Qué tipo de liderazgo es ese que no acepta ni siquiera una conversación interna?”. Y fue más allá: “No existe un propósito, no existe un plan. Hoy, la Revolución Ciudadana no tiene ni la primera página de un proyecto político serio”.
El problema de la RC, asegura, no es solo Correa. Es la estructura construida en torno a su figura, incapaz de permitir debate, rendición de cuentas o un relevo genuino. “Toda disidencia termina siendo traición. Y eso ocurre porque nunca existió un verdadero partido político con vida interna”, sentenció el experto.
Ante ello, cuestionó: ¿Qué renovación puede haber si ni siquiera pueden mirarse al espejo?”, colocando en duda un buen futuro para el correísmo.
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