En Guayaquil, el “proyecto estrella” del paso elevado de Los Ceibos era la mega obra con la que Aquiles soñaba dejar su estatua de bronce en la historia municipal. Tan seguro estaba de su gloria que hasta mandó a recoger firmas para demostrar el “apoyo popular”, después de que la ciudadanía —esa gente malagradecida que paga impuestos— osó reclamar.
Pero todo se vino abajo cuando el MAATE anunció que la obra necesitaba licencia ambiental y la Prefectura tuvo que retirar el registro que ya había otorgado. Y aquí empezó la novela: de pronto, el libreto oficial fue que el gobierno central quiere frenar el desarrollo de Guayaquil por “revanchismo” y que la Prefecta actúa con “obediencia ciega”.
Mientras tanto, del otro lado de las montañas, en Quito, sobrevivimos a más de 10 días de crisis por falta de agua. Una emergencia que dejó a seis parroquias secas… y a las autoridades del GAD con parálisis por análisis. No coordinaron con el COE nacional —porque claro, ¿quién necesita coordinación en una emergencia?—, y el gobierno central terminó trayendo sus propias plantas potabilizadoras y tanqueros para repartir agua… sin pedir permiso al municipio.
El GAD, fiel a su estilo, ni siquiera tenía identificado dónde estaba la población vulnerable ni qué necesitaba. Muchos quiteños descubrieron en ese momento que la ciudad se extiende más allá de la Virgen del Panecillo. Pero en lugar de aceptar su caos, los funcionarios municipales salieron a decir que el gobierno central solo buscaba aplausos.
Y así están nuestros dos burgomaestres gemelos: misma línea política, mismo partido y hasta los mismos cachetes; pero ninguna pizca de autocrítica. En Guayaquil, tirando piedras a la Prefectura; en Quito, disparando contra la Ministra de Ambiente. Responsabilidad política… ni en el diccionario.
Para colmo, ya se oyen los reclamos dentro de su propio partido: cero liderazgo, cero preparación. Uno, boxeador frustrado, cree que la política se hace a puñetazos. El otro, DJ aficionado, usa los lunes para intentar lavar cerebros con su programa municipal.
La buena noticia es que la ciudadanía, después de tanta decepción —y yo después de tantos divorcios, guiño guiño—, ya reconoce a un inútil a kilómetros.
La mala, que este huracán llamado Revolución Ciudadana, antes que ceder a lo correcto, prefiere barrer con vientos de soberbia y torpeza nuestras hermosas ciudades.
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