No, no hay —ni habrá— milagros en la Asamblea Nacional de Ecuador. Los ilusos seguirán viviendo en su fantasía, generando realidades paralelas para distraer al país.
Mientras tanto, los ecuatorianos más empobrecidos continúan atrapados en la desesperación: sin empleo, con miedo constante a ser asaltados, secuestrados o extorsionados; sin acceso a servicios de salud dignos, y con la angustia diaria de no saber si podrán alimentar a sus hijos.
Para ellos, la Asamblea Nacional es simplemente un ruido lejano. La ignoran —y con razón— porque saben que rara vez de ahí sale algo que realmente les ayude a mejorar su calidad de vida. Lo único que conocen de esa institución son los escándalos crónicos que la envuelven, protagonizados por personajes que ni conocen ni sienten cercanos.
Quizá muchos se pregunten si todo lo que allí se ejecuta se hace realmente pensando en el pueblo. Eso fue, al menos, lo que prometieron todos los candidatos a asambleístas durante la campaña electoral, cuando recorrieron barrios, estrecharon manos y ofrecieron soluciones. Pero nunca volvieron.
Una posible consecuencia de esta decepción: durante 2024 aumentó en tres puntos la proporción de ecuatorianos que aseguran preferir una dictadura a una democracia ineficaz —del 18 % al 21 %—, según la encuesta Latinobarómetro.
Y es que la verdad es esta: pese a los clásicos anuncios de los políticos que aseguran que “esta vez” habrá una legislatura distinta, ética y enfocada en el bien común, al final todo se diluye… y, por lo general, desde los primeros días de gestión.
Sí, es cierto que la nueva Asamblea ha trabajado —desde mediados de mayo— de la mano del Ejecutivo para aprobar rápidamente nuevas leyes, evitando conflictos de poder. Pero en el plano ético, los cuestionamientos no han tardado en aparecer.
Primer acto: transfuguismo político
En menos de un mes, más de cinco asambleístas abandonaron sus bancadas con el argumento de no compartir las directrices de sus partidos. Muchos de ellos, que suplicaron entrar en las listas de candidatos y fueron obedientes durante la campaña, hoy se rebelan contra quienes los llevaron a ocupar una curul.
¿Es eso ético? Para ellos, sí. Lo ven como parte del “juego político”. Para la ciudadanía, es una traición.
Segundo acto: el garabato
Un breve video en redes sociales muestra a un joven asambleísta oficialista garabateando durante una sesión en la que se debatían temas de interés nacional. La escena generó indignación. Pero más allá del dibujo, el caso se volvió una bola de nieve que reveló una red de contrataciones familiares y manejos clientelares que beneficiaban intereses particulares, no ciudadanos.
Tercer acto: el caso de violencia sexual
Uno de los escándalos más graves: un legislador ha sido acusado de violar a una menor de edad. Y como si no fuera suficiente, parece haberse esfumado para evadir la justicia.
Conclusión: no hay milagros
Esta nueva Asamblea no es la excepción. Es, en todo caso, el reflejo de lo que somos como sociedad. Pero no todo está perdido. Hay una alternativa posible: cambiar los requisitos para ser legislador en Ecuador.
Después de tanta decepción, debemos garantizar que quienes accedan a una curul sean realmente los mejores. No más improvisados. No más mediocres.
Es urgente retomar las reformas al artículo 119 de la Constitución, propuestas a mediados de 2024, para establecer criterios más rigurosos que aseguren la probidad, la experiencia legal y la idoneidad de quienes pretendan legislar.
La democracia debe ser abierta y participativa, sí, pero no a costa de poner en riesgo las instituciones especializadas del Estado, como la Asamblea Nacional.
Claro, todo esto suena bien. Pero… ¿realmente los partidos políticos están dispuestos a impulsar estos cambios? ¿O prefieren seguir promoviendo a personas “flexibles” que trabajen por sus intereses particulares? La respuesta, lamentablemente, es obvia.
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