La izquierda populista degeneró en autoritarismo con la revolución ciudadana y ahora una derecha populista da muestras claras de apetito autoritario. La polarización es una trampa que exagera el temor de un lado y la tolerancia del otro. La prudencia se disfraza hasta ahora de silencio, pero no puede ocultar la crisis de la democracia.
Quedan rezagos de democracia: elegimos presidentes, alcaldes, legisladores, pero los candidatos son propuestos por grupos corrompidos que nos amenazan si no acudimos a votar. La Constitución que establece deberes y derechos de los funcionarios elegidos no es respetada, se la interpreta a conveniencia del poder.
Para el 95% de los ciudadanos, todos los políticos son iguales, los discursos son parecidos y las acciones son las mismas. Los políticos dicen con cinismo que ya no hay ideologías, nadie se declara de derecha, nadie se proclama revolucionario, todos se acercan al centro y ahí se confunden y terminan pareciéndose.
Los gobiernos de ambos extremos utilizan los mismos recursos para acumular poder: asegurarse la mayoría legislativa engrosando sus filas con tránsfugas y tomarse el Consejo de Participación Ciudadana y el Consejo de la Judicatura para manejar los organismos de control y la justicia. Terminan utilizando las instituciones para blindarse y atacar a los adversarios.
Esta descripción resumida del sistema no debe conducir a echarse en brazos de la anarquía o el nihilismo, sino a reconocer la realidad como medida necesaria para prevenir el desastre y buscar mecanismos de supervivencia. La crítica no pretende destruir al gobierno, pretende construir una sociedad democrática.
Ciudadanos activos hacen gobiernos efectivos, élites responsables, academia pensante, prensa vigilante y partidos vivientes mantienen a los gobiernos dentro de los marcos legales y les obligan a pensar en el futuro de todos. En muchos países los gobiernos autoritarios han terminado atrapados sin otra salida que la de aferrarse al poder.
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