En una época en la que el poder empresarial ecuatoriano exige sin construir, calla ante el crimen y se esconde tras balances contables, el recuerdo de Marcel Laniado de Wind no es homenaje: es provocación.
En Ecuador, el poder empresarial atraviesa una crisis que no es de liquidez ni de capacidad técnica, sino de propósito. Tiene capital, influencia, estructura, pero ha perdido el impulso transformador que tuvo Marcel Laniado de Wind. Por eso recordarlo no es un gesto de nostalgia, sino un acto de provocación. Porque el contraste con el presente incomoda.
No era un patricio guayaquileño. No venía de las logias sociales ni del linaje de los clubes. Venía de una provincia productiva como lo es El Oro, herida por la guerra y excluida históricamente del contorno nacional. No nació siendo agricultor, pero creyó en la agricultura. Fundó primero el Banco de Machala para respaldarla, y más tarde, desde el Banco del Pacífico, impulsó becas para que jóvenes ecuatorianos estudiaran en la Escuela Zamorano y regresaran al país a transformar el campo. Se levantó desde la inequidad y cambió la historia. Hizo un banco no para la acumulación de poder, sino para la organización de la esperanza.
Laniado fundó el Banco del Pacífico con una lógica contraria al conservadurismo financiero dominante. No pidió privilegios, no se parapetó tras gremios. Abrió sucursales en zonas donde no llegaban ni los servicios básicos. Apostó por campesinos, pequeños comerciantes, y por los más pobres que vivían atrapados en manos de chulqueros. Les ofreció crédito formal para que pudieran emprender pequeños negocios y salir del círculo de la usura. Democratizó el acceso al crédito antes de que el término fuera moda, y lo hizo desde una comprensión profunda del país real.
Hoy, los bancos están repletos de liquidez, pero no la prestan. La retienen como si el país fuera un riesgo moral. El capital no fluye. La inversión productiva se estanca. La informalidad se desborda. Y mientras tanto, el crimen organizado reemplaza al Estado en zonas donde ni los gremios ni los gobiernos pisan. Hoy los chulqueros cobran las deudas con sangre. Ya no es metáfora: es método. Y en contraste, las cámaras empresariales emiten comunicados con cinismo técnico, sin visión de país. Hay gestión financiera, pero no hay liderazgo nacional.
Y sin embargo, Ecuador no está condenado. Lo que falta no es talento, sino coraje. No es capacidad, sino vocación. Por eso el legado de Laniado merece ser leído no como reliquia, sino como mapa. Su figura demuestra que sí es posible hacer banca moderna con alma pública. Que sí se puede construir poder sin desarraigo. Que sí hay formas de crecer sin excluir.
La élite ecuatoriana —empresarial, bancaria, industrial— no necesita mártires. Necesita referentes. Y Laniado lo es. Porque elevó la práctica empresarial a un nivel institucional, y porque entendió que el país no era una suma de clientes, sino una comunidad con la que había que comprometerse.
Es verdad: no todos pueden ser como él. Pero todos pueden aprender de él. De su audacia, de su ética, de su profunda modernidad. Fue un banquero que no temió a la tecnología, a la descentralización, al contacto directo con el Ecuador profundo. Un banquero que supo que sin crédito no hay ciudadanía económica.
La historia no exige héroes perfectos. Pero sí exige coherencia. Y exige que quienes han recibido más del país, también lo sirvan. En tiempos de crisis, el capital debe asumir una responsabilidad superior. No se puede esperar que el Estado lo haga todo, ni que los emprendedores solos arrastren al país entero. El sector privado tiene que recuperar su lugar en la construcción nacional.
Tal vez por eso, en alguna junta directiva, entre balances impecables y sonrisas bien aprendidas, alguien —sin decirlo— recuerde a Laniado. No por afecto, sino como quien recuerda una deuda no saldada. Un fantasma que habla en otro idioma. Un idioma que ya no se enseña, pero que aún incomoda.
Como ese espejo heredado que aún cuelga en la sala de la casa familiar: nadie lo limpia, nadie lo mira, pero nadie se atreve a quitarlo. Porque refleja algo que incomoda. Porque en él —aunque sea por un segundo— una casta puede ver lo que fue, lo que pudo ser… y ya no es.
muy bonita y sincera reseña de mi tio. gracias por recordarlo y tenerlo presente
Excelente reseña. Fue un hombre adelantado a su tiempo con muchas innovaciones y trabajar para el fue un orgullo
Digno de admirar y ejemplo de persona, orgulloso de ser su familiar.
Marcel Laniado, hombre con mucha visión futurista y esperanza, creyó en su gente, dió la mano a todos, y así mismo quienes creímos en el, demostramos y entregamos la cosecha de lo que nos enseñó a sembrar. Gracias
Estupendo escrito, que hace homenaje a quien siempre fue una guía, una luz y su resplandor de decencia no se apagará jamás. Gracias por mantener viva la llama de un gran hombre.