MAGA, ICE y el nuevo fascismo

Jul 6, 2025

Por Heidi Galindo

Ser latino es hablar lenguas romances —español, portugués, francés— junto a guaraní, quechua, náhuatl, yoruba y otras voces de mestizaje y resistencia. Sin embargo, toda la humanidad es mestiza; esta condición universal pone en cuestión la ficción de una pureza racial. Como toda categoría cultural, “latino” es también una construcción política, diseñada para clasificar, excluir y administrar cuerpos según intereses de poder.

En 2025, más de 3.900 ecuatorianos fueron deportados desde EE. UU. por encontrarse en situación irregular, cifra que refleja solo una pequeña parte de un fenómeno regional mucho más amplio. Esta realidad despierta profunda inquietud y alarma en la comunidad latina, expuesta a una violencia institucional sistemática. ICE, ejerciendo un poder arbitrario y desproporcionado, detiene sin pruebas, separa familias y encarcela a miles en centros como Krome. A esta maquinaria de represión se suma la reciente inauguración de Alligator Alcatraz, una prisión rodeada de caimanes que encarna la brutal deshumanización y el cinismo de la presidencia de Trump.

La condición migratoria irregular no constituye delito penal, sino una infracción administrativa. En EE. UU., la ley federal clasifica la entrada o permanencia sin autorización como una falta civil o administrativa, no como crimen —salvo en casos de reingreso tras deportación—. Sin embargo, organismos como ICE ignoran estas distinciones legales, profundizando la criminalización y vulneración de derechos de los migrantes.

¿Para “hacer América grande otra vez”? Los relatos fundacionales legitimados por el mito del “Destino Manifiesto” glorifican a los artífices del despojo. Bajo el disfraz del “progreso” y la “grandeza” se ha camuflado la injusticia. Estas ficciones ignoran que el valor de un ser humano no reside en el color de su piel ni en su origen, sino en los valores que encarna y defiende. La razón instrumental, obsesionada con el dominio y la acumulación, ha despojado al humanismo de su esencia. Como advierte Savater, el nacionalismo es una maquinaria política que define quién manda y quién queda excluido, disfrazándolo de amor patrio.

Las fronteras, los pasaportes, las patrias son artefactos humanos presentados como verdades naturales. Pero la dignidad no depende de coordenadas ni permisos. No somos ilegales. No somos papeles. Somos seres humanos en tránsito. Ningún muro, frontera ni caimán disfrazado de ley podrá arrebatarnos esa condición radical e inviolable.



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