Donald Trump dictaminó que la guerra entre Israel e Irán había llegado a su fin. Lo hizo a través de las redes sociales y no por los canales diplomáticos habituales. Ahora anda “apretando” a su socio, Benjamín Netanyahu, para que frene la ofensiva sobre Gaza, con el fin de reencauzar las negociaciones. En sus inicios de esta, su segunda temporada en la Casa Blanca, había logrado un intercambio de rehenes y una breve interrupción en las agresiones.
Como puede observarse, todo muy a lo Trump, como el pleito comercial que viene azuzando con Canadá o la presión sobre la Corte Suprema para avanzar sobre los inmigrantes. Ahora, ¿de paz, literalmente de un alto el fuego que nos devuelva cierta normalidad? Nada. Son pocos los actores involucrados en el conflicto que crean fehacientemente con que este alto el fuego pueda durar. El primer ministro, Netanyahu, viene siendo presionado por el ala más proclive al exterminio de todo lo que huela a árabe, mientras en Teherán siguen en guardia, siempre atentos y vigilantes esperando un nuevo desmadre.
Esta semana que pasó, Trump se enfrentó a dos sorpresas. La más urgente fue el triunfo en las primarias para alcalde de Nueva York de Zohan Mamdani, un ex rapero ugandés criado en Ciudad del Cabo y vecino de Queen y asambleísta del estado que suele viajar en Metro y a pesar de ser hijo de un profesor de Columbia y de una cineasta hindú, cobró notoriedad cuando en el 2021 se sumó a una huelga de hambre junto a los taxistas de la ciudad para reclamar por sus deudas excesivas.
Lo más parecido a un outsider que pueda hallarse en la nomenclatura política estadounidense, según la mirada de diversos analistas. Aun cuando Mandani, quien dejó en el camino al exgobernador de ese Estado, Andrew Cuomo, se autodefine como “Socialista”. Con ese perfil, no solo aparece como candidato a la alcaldía, sino, a convertirse en el opositor que todo el antitrumpismo necesita con urgencia.
Días después, el magnate-presidente había montado el escenario en La Haya, durante la cumbre de los países miembros de la OTAN. Insiste el jefe de Estado estadounidense con presionar a sus socios europeos en eso de aumentar el presupuesto de defensa para destinarlo a la Organización militar, que comparten (a esta altura a regañadientes). En vez de aprovechar la escena para su cometido, allí el que rompió el libreto fue el español Pedro Sánchez, cada día un poco más debilitado en su rol de presidente de Gobierno, por obra y gracia de una espiral de corrupción que le roza directamente. Hábil para cierto tipo de trapisondas, Sánchez se robó (literal) la escena al anunciar su rechazo a la propuesta de Trump en un evidente acto proselitista en medio de un panorama político por demás sombrío. Fue el único mandatario que se puso en la acera de enfrente de las pretensiones del republicano. Un gesto dirigido más hacia dentro de las fronteras españolas que en sus ansias de enfrentarse a Trump o, lo que sería mucho mejor, velar por la paz.
La industria militar española generó en los últimos años entre 19.600 y 22.000 millones de euros anuales en el último trienio. En abril pasado, nomás, Sánchez había anunciado un incremento del gasto militar en 10.471 millones de euros, lo que equivaldría al 2 % del PIB. Aun así, su espacio de acción política se recorta. La presión para que convoque a elecciones no solo viene de la oposición sino también de varios sectores de su partido, como es el caso del expresidente del Gobierno Felipe González o su vicepresidenta tercera y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, la misma que tiene acostumbrados a los españoles a declaraciones bizarras de toda índole y por sus atavíos más propios para una fiesta que para una funcionaria. Por lo pronto, la líder de SUMAR (izquierda), viene de hacer el mejor aporte a los españoles y la humanidad desde que ocupa cargos gubernamentales: participar activamente de la marcha del orgullo gay en Budapest, la misma que Viktor Orbán había intentado prohibir. “Es todo lo que hay…”.
Y con ese caudal intelectual y de votos, será más que difícil que la izquierda española pueda perdurar en el gobierno por mucho tiempo más. Una tendencia que se repite en diversos países. Hasta en Brasil, las últimas encuestas muestran una caída en la imagen del presidente, Lula da Silva (verdadero rock star del progresismo global), aunque el hombre promete volver a salir en campaña para buscar otro período presidencial, sabiéndose en su salsa cuando ingresa en campaña, aun con los años que se le han venido encima.
El gran logro del Sanchismo, como se refieren al gobierno aquellos socialistas que abominan del presidente de gobierno y su séquito, fue haber rescatado del desván ideológico al franquismo. Solo basta revisar las redes o la voz de la calle para sentir el latir de la dos Españas, la “de charanga y pandereta, devota de Frascuelo y de María…” y “–Esa España inferior que ora y bosteza, vieja y tahúr, zaragatera y triste…” en la mirada interminable de Antonio Machado.
Así como pinta el panorama, no se avizora, al menos por el momento, la aparición de un outsider, como respuesta a tanto descalabro político.
Lo dicho, es lo que hay. Lo justo y necesario para estar más o menos entretenidos, hasta que Trump y sus socios dispongan de que llegó la hora de reanudar las hostilidades, esas que las principales espadas del poder global, Trump y Netanyahu dibujan como advertencias y castigos diversos, hasta convertirlas en una guerra de proporciones inusitadas. Y es que estamos ante una pausa de esa maquinaria de exterminio, en donde los outsider vienen a divertir al público disfrazados de esperanza. Y, como es obvio, las pausas, suelen ser cortas o no tanto, pero nunca eternas.
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