En Ecuador, durante los últimos años, especialmente desde la pandemia, han tomado fuerza los negocios de venta de ropa y artículos de segunda mano. Esta tendencia no se limita al ámbito digital, también se multiplicaron ferias en parques y plazas, donde unas personas llevan lo que ya no usan; otras encuentran productos a precios accesibles.
Esta idea, en sus inicios, me pareció maravillosa. Hace unos 20 años, la única tienda de ropa usada que conocía estaba en una ubicación discreta, casi escondida, en la avenida 10 de Agosto y Atahualpa. Por ese entonces, comprar o vender ropa de segunda mano era mal visto, a muchos les daba vergüenza, pues era algo “para pobres”.
Hoy la realidad es otra. En redes sociales como Instagram, es casi imposible contar cuántas tiendas de ropa usada existen. Empecé siguiendo tres cuentas, hoy sigo al menos 11, y casi a diario recibo invitaciones de nuevas. En Facebook sucede algo similar, con páginas dedicadas a la ropa usada Y ni hablar de las ferias: cada fin de semana aparece una nueva. He participado en algunas: $45 la mesa por un día, con más de 50 expositores. Nada mal, ¿cierto?
Sin embargo, con el tiempo noté un cambio en la dinámica. Ya no siempre veo esa intención genuina de un intercambio justo: “Yo vendo algo en buen estado que no uso y tú accedes a él por un precio razonable”. En algunas ferias he visto familias ofreciendo ropa y zapatos en estado deplorable, pretendiendo venderlos a precios casi nuevos solo por su marca. También observo compradores que adquieren productos únicamente para revenderlos a personas con menos recursos. En redes sociales, el acceso constante a ropa “a buen precio” empezó a generar en mí una urgencia de consumo casi compulsivo, algo que no ocurre en una compra tradicional: salir, mirar, pensar.
¿Entonces, son estos negocios realmente sostenibles?
Sí, lo son. Porque la sostenibilidad no se refiere solo al ambiente, sino también a lo económico y social. Estos emprendimientos nacen de una necesidad, generan ingresos, y dan una segunda vida a objetos que de otro modo terminarían en la basura. En concepto, sí son sostenibles.
Ahora bien, la conciencia detrás de lo que se vende y se compra ya no depende del modelo, sino de cada persona. Juzgar a quienes venden sus pertenencias en lugar de regalarlas, no le compete a nadie. Si a usted le parece caro lo que alguien ofrece usado, simplemente no lo compre. Si cree que quienes organizan las ferias se aprovechan del auge del movimiento, cree usted una feria gratuita. Desde la perspectiva de la sostenibilidad, esta moda de comprar segunda mano tiene valor.
Recordemos que en Chile se desechan legalmente cerca de 123.000 toneladas de ropa al año, y hasta 60.000 toneladas más terminan en vertederos clandestinos en el desierto de Atacama. Ese es el verdadero problema: el modelo de moda rápida que promueven las grandes marcas. A esa industria es a la que debemos exigir responsabilidad y transformación.
Al final, el poder de decisión está en un solo actor: usted, el consumidor.
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