Pedro Sánchez se convirtió en el protagonista incómodo de la cumbre de la OTAN en La Haya. Mientras los líderes de la Alianza posaban sonrientes tras firmar el acuerdo para elevar el gasto en defensa hasta el 5% del PIB, el presidente español apareció en una esquina, serio y aparentemente distanciado del grupo.

El simbolismo no pasó desapercibido. Aunque firmó el documento, Sánchez advirtió que España no destinará más del 2,1% del PIB a defensa. Esta postura desató un choque con el expresidente de EE. UU., Donald Trump, quien amenazó con represalias comerciales si Madrid no se alinea con la meta militar de la OTAN.

“España siempre es la solución, nunca el problema”, dijo Sánchez en su defensa, subrayando que el gasto propuesto es “suficiente y compatible con nuestro modelo social”. En el fondo, también enfrenta un obstáculo político: su frágil coalición de izquierda no respaldaría más inversión militar, y el presupuesto sigue sin apoyo parlamentario desde 2023.

Analistas ven en este enfrentamiento una posible estrategia de distracción. El gobierno español está golpeado por un escándalo de corrupción que involucra a figuras clave del PSOE, como el exministro José Luis Ábalos y el ex número tres del partido, Santos Cerdán.

“Sánchez escenificó una soledad escogida, no impuesta”, señalan politólogas. Y aunque Trump amenaza con “hacer pagar el doble” a España, los acuerdos comerciales los negocia la Unión Europea, lo que reduce el margen de acción del estadounidense.

Sánchez busca mostrarse como un líder progresista que no se pliega a Trump, y gana puntos frente a su electorado. Pero su margen de maniobra es estrecho: tiene enemigos dentro y fuera, escándalos en casa y una mayoría que se tambalea.

Mientras tanto, la presión externa aumenta, y la foto de familia de la OTAN queda como símbolo de un presidente que se aparta del bloque… por convicción o por necesidad.