Occidente no puede abandonar a Israel: Ecuador tampoco

Jun 24, 2025

Por Clemente Pérez Negrete

En un momento en que las democracias vacilan ante la presión de las redes sociales, hay principios que no admiten titubeos: Israel no solo tiene derecho a defenderse; tiene el deber de prevalecer. Así lo expresó con claridad el expresidente español José María Aznar: “Israel fue agredido por una organización terrorista e Israel debe ganar esa guerra”.

Comparto esa visión. Es un deber ético y geopolítico reconocer a Israel como una fortaleza de la civilización democrática occidental frente al avance del oscurantismo musulmán. Sin embargo, como advertiría Umberto Eco, reducir el conflicto a una narrativa binaria —democracia versus teocracia, libertad versus barbarie— simplifica una realidad compleja, atravesada por historias milenarias, errores diplomáticos y dramas humanos en ambos lados.

Israel es, sin duda, una democracia vibrante, con prensa libre, jueces independientes y representación de minorías en su Parlamento. Es un punto azul en una región oscura marcada por la opresión, la teocracia y el autoritarismo. Esta singularidad merece reconocimiento y defensa. Pero, como recordaría Borges, siempre consciente de los laberintos de la verdad política, la realidad internacional está hecha de relatos múltiples y a menudo contradictorios. Defender a Israel no implica ignorar los matices, pero sí exige una brújula moral clara.

Aznar advierte que si el terrorismo islamista radical no es contenido en Israel, la próxima batalla será en Europa y luego en América Latina. En realidad, discrepo: Teherán ya está aquí. Está en nuestras capitales, en nuestras universidades, en nuestros pactos políticos. Está en el memorando de entendimiento firmado en 2013 por Cristina Fernández de Kirchner con Irán, el mismo régimen acusado de planificar el atentado contra la AMIA en Buenos Aires, que dejó 85 muertos. Está en la relación estratégica entre el chavismo e Irán, cimentada en acuerdos energéticos, cooperación militar y respaldo mutuo en foros internacionales. Y está también en la Revolución Ciudadana, que durante el gobierno de Rafael Correa recibió delegaciones iraníes en Quito, firmó convenios bilaterales y expresó públicamente simpatía por Teherán.

Irán no es un Estado de Derecho, sino una teocracia gobernada por fanáticos que oprimen sistemáticamente a mujeres, niñas, personas LGBTI y minorías étnico-religiosas, niegan la libertad de prensa, practican torturas de manera sistemática y promueven abiertamente la destrucción de Occidente. Su financiamiento a grupos como Hezbollah y Hamas no es una mera especulación, sino una política de Estado.

Por eso resulta preocupante el vínculo entre Irán y sectores políticos latinoamericanos como el Grupo de Puebla. Detrás de sus discursos de autodeterminación y justicia social se esconde una red ideológica y financiera que flirtea con el antisemitismo, desprecia a Occidente y apoya activamente a regímenes autoritarios. Esta corriente, que se ampara en la retórica del Socialismo del Siglo XXI, no solo amenaza las libertades individuales: pone en riesgo el orden democrático regional.

Parte del problema ha sido nuestra inacción. Frente a la estrategia continental del Grupo de Puebla, la centro derecha y la derecha no han sabido construir una alternativa convincente. No han sabido debatir, contradecir ni ofrecer una visión social inclusiva que dispute el corazón del pueblo. Mientras ellos capturan el discurso de la reivindicación, nosotros hemos gobernado al día, sin proyecto, sin alma y sin épica.

Por eso, el gobierno de Daniel Noboa necesita ir más allá de la mera administración. Requiere una visión audaz y transformadora que no se limite al crecimiento económico, sino que proyecte a Ecuador como un actor relevante y respetado en el escenario internacional. Un verdadero líder no solo gestiona presupuestos, sino que forja alianzas estratégicas y defiende con convicción los valores que definirán el destino de su país en la historia. Noboa tiene la oportunidad de convertirse en un estadista que trascienda su tiempo y apoye con firmeza al lado correcto de la historia.

Ecuador, pequeño pero digno, debe estar del lado de quienes sostienen el mundo con sus valores. Y el futuro respetará a quienes no callaron cuando el terrorismo avanzaba. A quienes, como nosotros, dijeron sin temor: estamos con Israel.



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