Hoja de ruta hacia la tragedia

Jun 23, 2025

Por José Vales

Mientras los peores vaticinios de guerra mundial se van cumpliendo al pie de la letra, observamos el final de un ciclo político, el del jefe de Gobierno español, Pedro Sánchez. De sus tropelías nos hemos dedicado más de una vez desde esta columna advirtiendo de cómo sería el final, cuando ya ni siquiera disimulaba su copy/paste del kirchnerismo, la versión argentina de esa fauna de conservadores con piel de progresistas que durante décadas caracterizó a buena parte de los gobiernos de América del Sur. 

A ese séquito de líderes no los une el interés colectivo de sus sociedades, sino la permanencia en el poder sin descartar el delito. Y ahí están las consecuencias. Algunos de ellos en prisión, otros prófugos de la Justicia y el “bueno” de Sánchez, plagiador serial de tesis en sus años universitarios, colgado en el precipicio del descrédito y aferrándose a las dádivas para con sus aliados nacionalistas con el único fin de que no le suelten la mano, de una buena vez. 

Nada que no hayamos advertido con el tiempo suficiente para que después ningún progresista honesto o ingenuo vaya diciendo por ahí que “la vida me engañó”.

De la misma forma, fuimos alertando sobre los pasos a seguir de Donald Trump en su segunda temporada en la Casa Blanca, o hacia dónde se dirige el planeta en manos de esta cartelera de personajes encabezada por el presidente estadounidense y el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu. 

Trump andaba diciendo que no sabe si va a atacar a Irán o no. Pero, raudo, envió los bombarderos B-2 para penetrar las reservas subterráneas iraníes de su programa nuclear. Un pedido de  Bibi, “el genocida” por donde se lo mire, para Trump se asemeja mucho a una orden y allí fue A tratar de disciplinar a Irán, algo que no parece acaecer en lo inmediato. 

Desde que el primer ministro Israelí ordenó, días pasados,  el ataque sobre Teherán, para abrirle las puertas a una guerra nuclear, con la venia del estadounidense, nadie se creyó el juego de Trump del “no se lo que voy a hacer”. Entonces, ¿cómo creerle ahora a Pete Hegseth, actual jefe del Pentágono, de que con el ataque, esas reservas están destruidas? Si observamos las reacciones en Teheran y el pedido del parlamento de ese país para cerrar ya el estrecho de Ormuz, nos guardamos espacio para la duda.

Los movimientos militares entre Estados Unidos y su aliado de hierro en Oriente Medio se dieron justo cuando en territorio estadounidense se lleva a cabo la mayor manifestación contra un gobierno, nunca antes vista. Todo para recordarle a Trump que el país no acepta reinados y que, por más que el Partido Demócrata huela a quemado, la oposición tiene la capacidad para reagruparse en las calles.

Los ataques entre Israel e Irán no gozan de intervalos. Ni aun después de los bombardeos trumpistas. Improbable que haya marcha atrás después de que el régimen de los ayatolas haya logrado penetrar el escudo de acero e impactar en hospitales y edificios que nada tienen que ver con lo castrense. Esos ataques obligaron a los israelíes a beber la misma pócima cruel que el gobierno ultraderechista, sediento de sangre, descarga sobre la población civil en Gaza, con el argumento de responder a los ataques de Hamás, guerrilla a la que supo financiar en su momento. 

Ahora, después del ingreso en el teatro de operaciones de  ¿quién y cómo podrá frenar la escalada bélica que amenaza con llevar al mundo a una (tercera) guerra y, para colmo, nuclear? Solo el papa León XIV llamó a frenar la escalada bélica antes de que sea imparable, pero hasta aquí al sumo pontífice solo parecen escucharlo en Perú y poco más. Sus connacionales no escuchan, solo están a acostumbrados a hacer. En lo inmediato no se avizoran mediadores potables, al menos en el actual elenco de “líderes” y primeros nombres a nivel global.

Mientras en Medio Oriente aumentan los bombardeos, por aquí abajo, parecemos entretenidos con los dislates de Gustavo Petro y el regreso a la Colombia de los años 90, con atentados contra líderes políticos y todo, las tropelías del régimen de Maduro o con las salidas al balcón de su prisión domiciliaria de la viuda de Kirchner. Como si la amenaza de guerra (nuclear) estuviese todo lo lejos que parece. Eso será solo hasta que el aumento inevitable del precio del petróleo se dispare a nivel internacional y empezamos a sufrir las consecuencias. Y es que el estrecho de Ormuz (por donde pasa poco más del 20 % de la producción mundial, controlada por Irán, ya viene sufriendo las consecuencias de la decisión consensuada entre Netanyahu y Trump, para debilitar el arsenal nuclear iraní.

El problema no será solo el precio del petróleo, sino también el riesgo de atentados y todo lo que lleva consigo un pleito semejante. Y es que el presidente argentino, Javier Milei —siempre con el insulto a flor de piel, y expresando a los cuatro vientos su fanatismo por el judaísmo y por el Estado de Israel—, podría meter a su país en más de un pereque. 

En su última visita a Tel Aviv y Jerusalén (que concluyó solo unas horas antes del primer ataque israelí contra Irán), el “Leoncio” argentino se dejó ver flameando una bandera israelita —algo insólito para un jefe de Estado de visita en una nación extranjera—prometió trasladar la embajada argentina a Jerusalén, se puso a cuestionar a los gazatíes e iraníes, casi como si se tratara de sus tradicionales “zurdos de mierda” con los que califica a todo aquel que no piense como él, entre otras excentricidades, por llamarlas de alguna manera.

Carente del más absoluto tacto político (y mucho menos diplomático, al igual que Trump), Milei no parece registrar que los dos atentados más sangrientos de la historia argentina tuvieron lugar cuando un gobierno, el de Carlos Menen (1989-1999), decidió participar en la guerra del Golfo en los años 90. 

Pensar que el principio de no intervención en los asuntos externos caracterizó a la Argentina, en aquellos tiempos del siglo XX, cuando todavía se parecía a un país con promisorio futuro.

Aun así, Milei no está solo en este mundo. Los de su especie siguen ganando posiciones allí donde encuentran un resquicio para llegar al poder. Asistidos, por acción o por omisión, por tipos como Sánchez que si de plagiar se trataba, una vez en el poder, copió hasta en las frases a Cristina Kirchner (quien se convirtió en la primera expresidenta rea de la historia argentina) y a varias de sus primeras espadas, para delicia de los observadores. No en vano, y sin un opositor de peso fronteras adentro de España, escogió cómo enemigo predilecto al  jefe de Estado argentino, en más de una ocasión.

Hasta aquí todo lo suficientemente cutre para los tiempos que vivimos. Una época en la que ninguno de los integrantes de este elenco de primerísimas figuras de la escena global, que conforman el cartel de esta comedia dantesca, está en condiciones de garantizarnos un desenlace alejado del terror y de sus lógicas consecuencias.



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