Conciencia nacional

Jun 18, 2025

Por Jorge A. Gallardo

No faltan las buenas noticias. Por tales, ocupan importantes espacios en portadas e interiores de los medios impresos, merecen buenos tiempos en radio y televisión, se vuelven virales en las redes sociales, son replicadas, también, externamente. Dan cuenta de triunfos deportivos, personales y por equipos; de crecimiento de exportaciones no petroleras, convencionales y no tradicionales; de reconocimientos artísticos-culturales, de éxitos profesionales, investigación académica y avances tecnológicos, entre otras. Pero, aunque no faltan, son pocas. Mientras, las malas noticias sobran, se incrementan, se multiplican y se repiten las mismas con iguales o distintos matices. Las primeras no matan la esperanza, dejan rendijas para la expectativa y el optimismo; las segundas abonan al desaliento, a que “de esto no vamos a salir nunca y sólo vamos para atrás”.

Aun así, en medio de un panorama densamente nublado, es necesario sacudirse de la podredumbre e ir contracorriente, convencidos de que no es verdad “que todo está perdido” y, por el contrario, tener la certeza de que sí hay salida; de que está en la conciencia y en las manos de gobernantes y gobernados encontrar los caminos para atacar correctamente los problemas, vencerlos e iniciar el peregrinaje, sin retorno, por los senderos claros de la seguridad, del progreso, del desarrollo, del bienestar de los ecuatorianos, sabiendo que estos son derechos que, por lo demás, les pertenecen y con justa razón reclaman y anhelan hace tanto tiempo. ¡No es justo negárselos!

Si el objetivo es superar la crisis el tiempo para que alrededor de la mesa se sienten gobierno central y oposición es ya. Allí, públicamente, sin cartas escondidas en la manga o debajo de la mesa, deben conversar y llegar a acuerdos para el bien de la población. Pensar distinto es normal, pero ceder posiciones también lo es cuando el interés nacional lo exige. Es insólito, por ejemplo, que la gobernadora del Guayas se niegue a dialogar con el alcalde de Guayaquil mientras la comunidad porteña vive aterrorizada por el azote delictivo. Inadmisible, también, la postura de los gremios empresariales que atacan y rechazan toda medida gubernamental, en lugar de buscar soluciones conjuntamente, sufrir como la inmensa mayoría el peso de la crisis, establecer acuerdos con sus trabajadores. La academia, asimismo, debe salir de la comodidad de la reacción y volverse muy visible, aportando con innovadoras ideas y demostrando que los altos estudios sirven a los ecuatorianos. La administración de justicia, por su parte, tiene que acabar con la telaraña de injusticia que la ha envuelto. Jueces y fiscales corruptos deben ir a la cárcel; jueces y fiscales miedosos deben renunciar; los abogados que no están dispuestos a enfrentar la violencia criminal, en todas sus formas, no deben postular para esos cargos. Eso es lo correcto y honorable. Las fuerzas del orden, policial y militar, con hechos deben probar la realización de una limpieza general en sus instituciones, hoy plagadas de actores e infiltrados por el delito.

Los ecuatorianos, que obligados están, desde sus más distintas actividades y condición socioeconómica, a ser ciudadanos de bien, quieren encontrase pronto con más buenas que malas noticias. Si tantas otras naciones, con iguales o peores realidades, han logrado la gran transformación positiva, ¿por qué no el Ecuador?



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