El origen de Nicotiana tabacum, la especie de tabaco más consumida y extendida en el mundo se ubica en la Cordillera de los Andes, en los actuales Ecuador y Perú. Y la especie denominada Nicotiana rustica se originó al norte del continente americano, entre México y el suroeste de EE.UU. (anteriormente también México). No está claro qué especie fue primera, aunque se asume que la de Sudamérica se extendió a Centroamérica, México y las islas caribeñas. En realidad, tampoco es importante saber cuál se dio primera. Lo importante es que, en la fase precolombina, independientemente de la región originaria, el cultivo del tabaco se extendió a todos los pueblos indígenas del continente, que lo utilizaban con diferentes significados o fines rituales, sociales y medicinales.
Cristóbal Colón fue quien llevó las hojas y semillas de la “planta humeante” a la península ibérica donde se introdujo inicialmente a las cortes española y portuguesa; y posteriormente el embajador francés en la corte portuguesa, Jean Nicot, llevó el tabaco a la corte francesa exaltando las calidades medicinales del humo para la cura de las migrañas y úlceras de todo tipo. De ahí viene el término nicotina, justamente del apellido del embajador Nicot. Una vez el tabaco estuvo en Europa empezó su proceso de internacionalización hacia otros continentes como el asiático y el africano.
El camino del consumo del cigarrillo no estuvo libre de dificultades. Cuando éste dejó de estar ligado a fines medicinales y se volvió, digamos, recreativo y social empezaron las prohibiciones. La iglesia católica empezó a excomulgar (Papa Urbano VII) a fumadores, porque parecía que a través de la inhalación del humo tenían un fin de ritual que podía estar más bien asociado a prácticas demoníacas, dados los mareos y sentimientos de relajación que producía su inhalación. El sultán otomano Murad IV fue incluso más allá, decretando la pena de muerte a los fumadores en 1633. Para el sultán el consumo de tabaco poseía sustancias que alteraban la mente -prohibido en el Corán-. Como si esto fuera poco, el fumar incitaba a reuniones de hombres con el fin de establecer discusiones políticas y sociales constituyéndose en potenciales focos de rebelión.
Ya para el siglo XIX, con la Revolución Industrial, la historia del tabaco empezaría a cambiar al producirse cigarrillos en cantidad, de forma rápida y barata. Una lucrativa industria había nacido. Su masificación se produjo en las dos guerras mundiales, cuando los cigarrillos eran parte del contingente de sobrevivencia para los soldados y se incluían en sus raciones diarias. Estas guerras hicieron crecer enormemente a la industria tabacalera. A pesar de que a inicios de la década de los 50, a los pocos años de terminada la Segunda Guerra Mundial, estudios clínicos demostrasen claramente la relación causal de fumar cigarrillos con el cáncer de pulmón y otras enfermedades, esta industria inició campañas publicitarias masivas asociando el fumar a una imagen de libertad, masculinidad y, en el caso de las mujeres, de glamour y de femme fatale. La industria tabacalera financió a productores de cine hollywoodense a impulsar estas imágenes usando a actores y actrices famosos en sus películas.
En la década de los 70 mientras los informes científicos serios confirmaban los peligros del tabaquismo para la salud, la industria, fundamentalmente la estadounidense, contraatacó por décadas presentando resultados de “otros” científicos, minimizando cualquier riesgo e incrementó la propaganda y el financiamiento de cualquier evento, incluso deportivo, sobre todo los lobbies políticos.
Empecé a fumar en la universidad en Quito. Costumbre que fue siempre in crescendo, hasta el punto de que no podía tomar café o una cerveza sin fumar. Mi periplo inició con Marlboro, pasando por Lark y finalmente Camel, a quien le fui fiel hasta el final. Recuerdo los vuelos en la clase de fumadores en el último tercio del avión. Eran vuelos épicos porque los fumadores son en su mayoría buenos conversadores. Al fondo del avión, en esa zona humeada, no solo se convidaban cigarrillos, sino que también se consumía cerveza lo que convertía el viaje en una fiesta casi inolvidable. Digo casi, porque con la cerveza las esperas frente a los baños se hacían interminables. Con los inicios del siglo XXI y la prohibición de fumar en lugares públicos so pena de multa es que esta clase pasó a mejor vida.
En diciembre de 2000, luego de haber vuelto a Alemania de una asignación de trabajo en el extranjero, se me acabaron los cigarrillos en una reunión, algo típico mío. A pesar de que estábamos en pleno invierno decidí ir rápidamente al automático de la esquina. Introduje la única moneda de 5,- DM (Marcos alemanes, unos 2,5- USD) que llevaba conmigo y pulsé Camel, sin resultado. Luego pulse otras marcas, igual sin reacción. Consciente de que no era buena idea ir al siguiente automático que estaba a más de 500 metros y no estaba vestido para el invierno y menos para la nieve que caía copiosamente, corrí el riesgo, a fin de cuentas, un ecuatoriano fumador que se respete no se puede tomar “la del estribo” (el último trago) sin fumarse el último cigarrillo. Repetí el proceso y esta vez me salió un papel que me informaba que los cigarrillos desde el 1 de noviembre de 2000 habían subido a 7,50 DM (3,75- USD) la cajetilla. Le caí a golpes al automático y él se vengó con una bronquitis de dos semanas. ¡Fue mi último Camel!
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