Hans Christian Andersen, poeta danés, es famoso por sus cuentos para niños. Uno de ellos, La princesa y el guisante, cuenta la historia de un príncipe que buscaba una princesa con quien casarse, pero no encontraba ninguna que cumpliera con sus altas expectativas. Una noche, una joven llega a las puertas del palacio diciendo que era una princesa.
La muchacha estaba empapada: afuera caía una tormenta brutal. La reina, desconfiada, le prepara una cama con veinte edredones y veinte colchones, y debajo del último, coloca un guisante. La idea era comprobar la delicadeza extrema de la joven: sólo una verdadera princesa podría notar algo tan mínimo. A la mañana siguiente, la muchacha se queja de no haber podido dormir bien porque había “algo duro” en la cama. ¡Albricias! El príncipe había encontrado a su princesa.
El cuento me parece un buen símil para describir la llegada a Carondelet de la nueva vocera del gobierno, Carolina Jaramillo. Aterrizó con toda la pompa del caso y con el respaldo público de una de las vacas sagradas del periodismo gen X ecuatoriano: Janeth Hinostroza, quien colocó un tuit con fotos y se deshizo en elogios por la “capacidad argumentativa y de análisis” de Carolina.
Pero no pasaron ni 24 horas para que ese tuit envejeciera mal.
Desde que se conoció el nombre de la nueva vocera, las redes sociales le mostraron los dientes. ¿La razón? Carolina había sido una de esas expertas en Comunicación que, en su momento, profesó amor ferviente por el correísmo. Le sacaron tuits y comentarios bastante feos, y ella —de cabeza caliente— no tardó en responder: publicó otro tuit llamando “pendejo” a Martín Pallares, periodista de Expreso .
Carolina, si hubiera sido la princesa del cuento de Andersen, habría dormido como un tronco, habría roncado y hasta habría babeado. Ella afirma que llegó a ese cargo por su experiencia profesional y su bagaje académico. No lo pongo en duda. Pero todos sabemos que a esos puestos se llega, muchas veces, más por amistades y contactos que por méritos. No digo que no tenga pergaminos; digo que los pergaminos palidecen frente al guisante escondido en el colchón.
Jaramillo le cuesta al erario público 3.200 dólares mensuales por ejercer como vocera del régimen. Y lo que esperamos de una vocera —sobre todo en tiempos de crisis y polarización— es que sea eficiente, clara, sincera y con cabeza fría. No que vuelva a encarnar el rol de cachiporrera digital al servicio de un grupo político que, además, ha tenido entre sus filas a algunas de las mujeres más vulgares de la política ecuatoriana reciente.
Ojalá que Carolina, de aquí en adelante, siempre sienta los guisantes bajo el colchón.
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