Aunque en 2021 una sentencia judicial ordenó el retiro y cese de la quema de gas en mecheros petroleros, casi tres años después, cada noche el cielo de la Amazonía ecuatoriana se ilumina por las mismas llamas. Llamas que no solo arden: gritan desperdicio de energía, y calentamiento global.
No, no estoy en contra de la actividad petrolera. Todo lo contrario: la apoyo, porque sé que puede hacerse de manera social y ambiental responsable. Existen ya operaciones que así lo demuestran. Lo que sí cuestiono son dos cosas: las sentencias que, aunque bien intencionadas, son técnica y operativas inviables. Y el desperdicio en todas sus formas.
La sentencia de 2021 dio un plazo de 18 meses para eliminar los mecheros cercanos a zonas pobladas. Pero esto no solo requería voluntad, sino una inversión enorme, cambios estructurales y tecnológicos que no se implementan de la noche a la mañana. Sí, suena ambientalamente correcto y políticamente popular, pero en la práctica, no es tan simple. Y, honestamente, si lo que queremos es sostenibilidad, desarrollo y eficiencia en el uso de recursos, la solución no es eliminar los mecheros, sino aprovechar el gas que se quema en ellos. Es una energía valiosa que hoy se desperdicia a diario.
La quema de gas en mecheros genera metano, CO₂ y otros compuestos tóxicos, esto contribuye al cambio climático, afecta la biodiversidad y la calidad de vida de las poblaciones cercanas. Poblaciones que muchas veces carecen de acceso a energía eléctrica.
Ecuador figura entre los 30 países que más gas quema, según el Banco Mundial. Y, al mismo tiempo, es un país con déficit energético y limitaciones fiscales. ¿No resulta absurdo? Estamos quemando una fuente de energía y riqueza frente a nuestros ojos, mientras debatimos sobre apagones, escasez y falta de recursos. El gas que hoy se quema podría ser aprovechado de varias formas, reinyectado en los yacimientos para mejorar la extracción de crudo, podría ser transformado en electricidad para zonas rurales o plantas industriales, o procesado, y almacenado como gas natural comprimido o licuado (GNC o GNL).
Esto no es una utopía. Países como Nigeria, con desafíos similares a los nuestros, lo han logrado. En 2016, el gobierno nigeriano, con apoyo del Banco Mundial, implementó un programa de aprovechamiento del gas de mecheros. Hoy ese país genera electricidad, reduce emisiones y promueve desarrollo local con lo que antes solo contaminaba.
El mensaje es claro, no se trata de cerrar los mecheros ni de pelear contra la industria petrolera. Se trata de ser inteligentes, de transformar un pasivo ambiental en un activo energético. Para lograrlo, se requiere más que una sentencia: es indispensable una decisión política, visión técnica, seguridad jurídica para atraer inversión y, sobre todo, voluntad de actuar con coherencia.
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