En política, las formas no son un detalle: son fondo. Y en Ecuador, cada gesto del poder comunica. El presidente Daniel Noboa ascendió como la promesa de una ruptura generacional y política con el pasado correísta. Su imagen de joven moderno enfrentó y venció al aparato de la Revolución Ciudadana. Pero hoy, esa victoria parece desdibujarse con la presencia de figuras correístas en los niveles estratégicos de su gobierno.
En el reciente programa de Ecuadorenvivo, conducido por Alfonso Pérez Serrano junto al analista político Lolo Echeverría, se abordó esta paradoja política. ¿Cómo entender que voceros, operadores y exfuncionarios del socialismo del siglo XXI, como Marcela Holguín, Fausto Jarrín y Carolina Jaramillo, ocupen cargos clave en el aparato comunicacional del gobierno que prometió desmontar precisamente ese modelo?
Echeverría fue claro: más que una contradicción, esto podría ser una estrategia calculada. En el fondo, se estaría replicando el esquema populista de control de la información. Una lógica comunicacional heredada del correísmo —con medios públicos como caja de resonancia, y con la prensa crítica convertida en enemiga— parece estar reactivándose bajo otro rostro. El populismo, explicó, necesita dividir, etiquetar, polarizar. Y para ello, necesita voceros que lo ejecuten sin matices.
La presencia de figuras confrontativas, como Carolina Jaramillo, hoy voz oficial del presidente, evidencia una tendencia preocupante: la institucionalización de la hostilidad hacia el periodismo independiente. En redes sociales, su historial de insultos a periodistas y posiciones abiertamente agresivas hacia la crítica revelan más que un estilo: un modelo de relación con los medios.
La gran pregunta ya no es solo por la coherencia del proyecto político de Noboa, sino por su sostenibilidad ética. ¿Puede construirse un liderazgo auténtico desde la contradicción? ¿Puede haber democracia si se aplica la estrategia del adversario autoritario para conservar el poder?
La inquietud no es menor: muchos votantes eligieron a Noboa no por convicción, sino por rechazo al correísmo. Y hoy, ven con desconcierto cómo se reinstalan sus métodos y operadores bajo otro discurso.
Desde este espacio, la advertencia es clara: no se puede combatir al correísmo usando sus mismas herramientas. Ecuador necesita liderazgo con principios, no maquillajes ideológicos. Porque cuando el poder se vuelve eficaz a costa de la verdad, se pierde mucho más que una elección: se pierde la democracia misma.
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