Así no habrá democracia que aguante

Jun 2, 2025

Por José Vales

La dinámica bélica sigue al orden del día. La agenda de Donald Trump se cumple a rajatabla. Ahora fue el turno de Pete Hegseth, actual secretario de Defensa estadounidense, quien le alertó al mundo que una invasión de China en Taiwán “podría ser inminente”. Como si no hubiera suficientes frentes abiertos, partiendo de la “guerra comercial” con Pekín, la devastación de parte de Ucrania, donde una negociación al uso del presidente estadounidense no termina de cuajar y, en Oriente Medio, Israel se empeña en seguir violando todo lo que haya que violar para desaparecer a los gazatíes de la franja de Gaza.

En su lógica, Hegseth llamó a los países asiáticos a rearmarse para evitar cualquier sorpresa, mientras su gobierno (por ahora y tan solo por ahora) dispara con aranceles. Ahora al acero, que los lleva del 25 al 50% y articula políticas, apoyado por una Corte Suprema, funcional a sus planes, para poner freno a la migración y, de paso, quitarse del medio a varios millones de extranjeros. 

Esos nuevos vientos que corren en este segundo acto de Trump en la Casa Blanca tienen otra impronta, a la que el gendarme global tenía acostumbrada a la humanidad. Todo se basa en el control más estricto de todo lo que se mueva. Desde el comercio, desventajoso ante el turbo capitalismo chino, hasta la vida privada. 

Sí así se vislumbra el estado de salud de la democracia en Estados Unidos, qué nos espera a los demás. Con esa espiral de autoritarismo que sale de la Administración Trump, cómo no comprender la existencia de esos otros, más desembozados y folclóricos autoritarismos que brillan en América Latina o en África. Los Bukele, los Maduro y los Ortega. Un frente de ataque temible en un equipo que se va terminando de formar de a poco. Con los Milei, los Bolsonaro y algunos de los cuales ya van precalentando para entrar en juego. Como es el caso de José Antonio Kats o Johannes Káiser —la versión libertaria al otro lado de los Andes—, o la periodista Vicky Dávila (por obra y gracia del expresidente Álvaro Uribe), por citar solo algunos outsiders, que buscan canalizar la bronca social como sustento de un autoritarismo que, a diario, sigue debilitando las ya menguadas energías de las instituciones democráticas, allí donde las urnas lo permitan.

Basta con observar el ausentismo de casi el 48 % en las últimas elecciones legislativas en Buenos Aires o el último latinobarómetro 2024, donde el sistema es apoyado por el 52 % de los consultados. Datos que muestran, cuando no indiferencia, hartazgo por todo aquello que lo afecta. Como la corrupción, las carencias de Justicia y todos los malos hábitos de los políticos que van desde el despotismo, la virulencia contra la prensa y un sinnúmero de irregularidades.  

El panorama es cualquier cosa menos halagador. ¿Quién se opone a estas nuevas formas en el manejo del poder? ¿Líderes como Emmanuel Macron, que aspira a encabezar una tríada con sus pares de Alemania y Reino Unido, para resistir al trumpismo en Europa, y no puede explicar fehacientemente si el cachetazo de su esposa fue un exceso de cariño o un rapapolvo? En ese espectro, nombres son los que sobran. 

Con esa dinámica de acontecimientos, habrá que ir acostumbrándose a que la democracia, tal como la creímos, está cada vez deprimida. Como si sufriera muerte cerebral. Con semejante reseteo, al que el mundo está siendo sometido, y con semejantes  intérpretes desde los estamentos del poder, el sistema, acorde a como  rezan los manuales, no parece tener mucho resto para resistir.



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