Para muchos, el Ministerio de Ambiente, Agua y Transición Ecológica es un organismo decorativo o prescindible. Se suele creer que su labor se limita a la conservación del medio ambiente, sin considerar que esta cartera, en realidad, es estratégica para el desarrollo del país.
Aunque no maneja finanzas ni atrae inversión extranjera como el Ministerio de Producción, por el Ministerio de Ambiente deben pasar todos los proyectos, grandes y pequeños para obtener viabilidad y licencia ambiental. Y cuando digo todos, me refiero incluso a los vinculados con sectores estratégicos como energía, infraestructura o minería.
Sin embargo, desde hace varios gobiernos su gestión ha sido deficiente. Largos retrasos en los trámites, escasez de personal calificado y una burocracia que se ha convertido más en un obstáculo que en facilitadora han generado un cuello de botella que afecta directamente a la inversión y ejecución de proyectos clave para el país. Se habla de millones de dólares retenidos por la lentitud en los procesos de licenciamiento ambiental.
Este es el mismo ministerio que, en cooperación con otros organismos de control, debe garantizar la conservación de nuestros ecosistemas y recursos naturales, pero ha sido incapaz de detener el avance de actividades ilegales y destructivas como la minería o la tala clandestina. La falta de control y vigilancia efectiva sobre el territorio, por ausencia de guardaparques o infraestructura, ha permitido que los impactos socioambientales crezcan sin freno en algunos sectores del país.
Este ministerio tiene el encargo más ambicioso, necesario y urgente de nuestra era: conducir al país hacia la sostenibilidad SIN obstaculizar el desarrollo económico y productivo. Y no basta con discursos bien intencionados, se necesita liderazgo, conocimiento técnico, decisión política y una profunda comprensión de la relación entre producción y sostenibilidad.
Por eso, el nombramiento de María Luisa Cruz como ministra representa no solo un nuevo comienzo, sino también una enorme responsabilidad. Ella tiene ante sí el reto de transformar una institución debilitada en un actor clave para el futuro de Ecuador. Le corresponde lograr que el ministerio deje de ser una traba para convertirse en una entidad que acompañe, regule, facilite y mantenga el desarrollo sostenible.
Los desafíos no son nuevos, pero sí urgentes. Por eso, no queda más que desearle éxito y mucha firmeza en esta compleja tarea. El país lo necesita.
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