Un aeropuerto, es un espacio de nostalgias y esperanzas. Desde allí se desplaza la gente hacia el mundo entero, dado que las razones se dispersan en cada pasajero, en cada rumbo, en cada proyecto. Se podría decir que un aeropuerto es el inicio de un sendero de progreso, de felicidad, de despedidas y bienvenidas. De toda esta descripción, instintivamente se va nuestra mirada hacia nuestros aeropuertos, especialmente los internacionales, donde es costumbre de nuestros compatriotas armar arribos y despedidas que van desde escenas con mariachis; hasta el desfile de flores, globos y peluches. Familias enteras reciben y despiden al viajero, especialmente a su retorno, cuando atraviesa las puertas automáticas, luego de retirar su equipaje de la banda giratoria. Qué importa el pago de sobrepeso. Uno de los orgullos nacionales viene a ser nuestro aeropuerto Mariscal Sucre. Fue inaugurado en el año 2013, y su trayectoria ha sido reconocida por su calidad de servicio, ubicación y cuidado al medio ambiente. Incluso tiene el reconocimiento de ser el Mayor Aeropuerto Regional de Sudamérica. Merecido. Claro que sí.A pesar de los galardones recibidos, nuestro aeropuerto de Tababela también está contaminado por la delincuencia. Alguna vez, un amigo disponía de buen tiempo para su partida y fue a tomar un café. Al rato se dio cuenta que su maleta de mano desapareció. Y nadie sabía nada. Pero el caso que viene a continuación es de susto, de indignación. El amigo Edwin viajó con su familia a Estados Unidos. Su esposa, su hijo y su nieto soñaban con este viaje para visitar a sus familiares, pasear e irse de shoping, como todo viajero, especialmente al país del norte, por la calidad, la novelería, el precio y la pinta que garantizan las compras. Es de suponer que, al momento del aterrizaje en suelo ecuatoriano, es tanta la emoción, que los paisanos aplauden. Los aplausos van para el piloto, la tripulación; pero, sobre todo, a la alegría del retorno. Efectivamente, el amigo Edwin y su familia desabrocharon sus cinturones de seguridad, tomaron las maletas de mano y salieron del avión, sin antes dar las gracias de doble vía a las azafatas. Pasaron migración y retiraron el equipaje de la banda. Al fin, estaban en casa. La familia fue recibida por su otro hijo, quien tenía lista la camioneta para el traslado de la familia y del equipaje. Pagaron la tarifa del parqueadero y salieron del aeropuerto rumbo a casa. No se dieron cuenta que había un individuo que se había trepado al balde de la camioneta para lanzar las maletas en la vía, hasta que el retrovisor reveló la presencia de este ladrón que lanzaba sus maletas, y que atrás venía una motocicleta y un vehículo que recogía las maletas lanzadas en el trayecto. El hijo del amigo Edwin hizo una maniobra que le lanzó al ladrón al piso. Enseguida llegó la motocicleta para rescatar al ladrón que salió volando del balde de la camioneta. Y cuando la familia intentó recuperar una de las maletas lanzadas a la carretera, un vehículo que recogía el botín, estaba listo para envestir y llevarse lo robado. En concreto, la banda de ladrones que cometió esta fechoría, estaba perfectamente entrenada para este tipo de delito, como en las películas; aparte, estaba muy bien organizada para rescatar al ladrón que salió volando de la camioneta, y el otro equipo que recogía las maletas que traía la familia del amigo Edwin. En fin, los ladrones hicieron lo suyo: un robo exitoso. Con gran seguridad, estos delincuentes ya identificaron a sus víctimas desde la salida de aduanas, para hacer lo que hemos descrito en párrafos anteriores. El hecho de haber traído -con tanta ilusión- compras, regalos y recuerdos, fruto de varios meses de ahorro, sacrificio y deudas; y, llegar a casa con las manos vacías porque los ladrones del aeropuerto lograron sus nefastos objetivos: esto es desgracia. Aquí deben actuar las autoridades. Inteligencia del Estado debe descubrir y revelar a estas bandas y hacer un barrido policial que logre detener a estos malhechores. Esto es justicia. Esto es seguridad. Esto es protección a los viajeros.
Se necesita una tregua
Por Aurelio Dávila
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