El fentanilo es un opioide sintético utilizado en el ámbito médico para tratar dolores intensos, especialmente en pacientes con cáncer avanzado o que han sido sometidos a cirugías mayores. Su potencia es aproximadamente 100 veces superior a la de la morfina, lo que permite su administración en dosis más pequeñas para lograr efectos analgésicos similares. Se emplea en diversas formas, como parches transdérmicos, tabletas sublinguales y soluciones intravenosas, siempre bajo estricta supervisión médica debido a su alta eficacia y potencial de efectos adversos.
Sin embargo, el fentanilo también ha ganado notoriedad por su uso ilícito, convirtiéndose en una de las drogas más peligrosas en varios países, incluyendo Estados Unidos. En el mercado negro, suele mezclarse con otras sustancias, aumentando el riesgo de sobredosis y muerte. Su elevada potencia implica que incluso pequeñas cantidades pueden ser letales, y su consumo sin control médico puede provocar depresión respiratoria severa, coma y fallecimiento.
La reciente crisis en La Plata, Argentina, donde un lote contaminado de fentanilo estuvo vinculado a un brote de neumonía que resultó en la muerte de nueve pacientes, subraya la importancia de un control riguroso en la producción y distribución de este medicamento. Las autoridades sanitarias clausuraron el laboratorio responsable y enfatizaron la necesidad de garantizar la calidad y seguridad en el uso hospitalario del fentanilo.
Es fundamental que el fentanilo se utilice exclusivamente bajo prescripción y supervisión médica, reservándose para casos donde otros analgésicos no son efectivos. El consumo recreativo o no autorizado de esta sustancia representa un peligro significativo para la salud pública, dada su alta capacidad adictiva y el riesgo elevado de consecuencias fatales.
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