Que en medio de un brote de tosferina —enfermedad respiratoria prevenible que ya ha causado la muerte de once personas en Ecuador, entre ellas varios recién nacidos— los medios de comunicación afirmen, sin rigor ni verificación, que “puedes acercarte a cualquier centro de salud a vacunarte” es un claro indicio de un país donde el abandono se ha vuelto norma. No hay “cualquier centro”, ni hay vacuna para todos: solo se está inmunizando a niños menores de cinco años. Aquellos que sacrifican horas laborales y enfrentan largos trayectos para cuidar su salud y la de los suyos reciben, en cambio, el portazo institucional que se disfraza de descoordinación.
La tosferina no es una simple tos, sino una infección bacteriana que puede desencadenar neumonía, convulsiones y la muerte, especialmente en lactantes. Aunque la vacuna DTPa ha demostrado ser eficaz, su aplicación requiere no solo distribución, sino también políticas públicas claras y dirigidas, no titulares engañosos que se desmienten en las salas de espera.
La confusión mediática refleja un Estado que simula institucionalidad con publicidad y boletines vacíos. Y esa lógica de simulacro se replica en las decisiones de más alto nivel. El presidente Noboa ha designado como ministro de Salud a Edgar Lama von Buchwald, abogado de profesión. No se cuestiona su carrera jurídica, sino el sinsentido de asignar a un especialista en derecho la dirección de una cartera que exige experiencia en gestión sanitaria y comprensión profunda de políticas públicas en salud. Lo mismo ocurriría si se nombrara a un médico como ministro de Justicia; o, como ocurrió en la Cuba de Fidel Castro, poner al Che —médico— a cargo del Ministerio de Economía. No se trata de coyunturas ni de ideologías: se trata de respeto elemental por la idoneidad.
Más allá de la figura de Lama y de la desinformación que confunde a la población, surge una pregunta fundamental: ¿no hay en todo el país un profesional de la salud con la formación y credenciales necesarias para liderar el Ministerio de Salud?
La tosferina es solo una de las muchas amenazas que enfrentan los ciudadanos, pero no es la más letal. El verdadero peligro es la indiferencia de un sistema que ha dejado de priorizar lo esencial. Y la vida humana, reducida a un punto marginal en la agenda de quienes prefieren el espectáculo diplomático, incluso mientras brotes como la tosferina avanzan sin control en el país que gobiernan con preocupante desconexión.
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