El Papa Francisco, fallecido a los 88 años, rompió una tradición centenaria al escoger como lugar de sepultura la Basílica de Santa María la Mayor, en lugar de las grutas de San Pedro donde han sido enterrados la mayoría de los pontífices recientes.

Con este gesto, el primer Papa sudamericano, el primer jesuita en llegar al trono de Pedro y el primero en adoptar el nombre de Francisco, vuelve a marcar un hito. En su testamento, dejó expresado el deseo de que su “último viaje terrenal” concluyera en ese templo mariano, ubicado a seis kilómetros del Vaticano, donde solía rezar al inicio y al cierre de cada viaje apostólico.

“Confío mis intenciones a la Madre Inmaculada y doy gracias por su dulce y maternal cuidado”, escribió el pontífice, justificando así su elección. La Basílica de Santa María la Mayor, una de las más antiguas dedicadas a la Virgen, fue un sitio de profunda devoción para Jorge Mario Bergoglio durante sus doce años de pontificado.

Francisco no solo cambió el rumbo del papado por su cercanía con los más vulnerables y su apuesta por el diálogo interreligioso —fue el primer Papa en visitar Irak y en firmar una declaración de fraternidad con líderes islámicos—, también eligió vivir fuera del Palacio Apostólico y adoptar un estilo de vida sobrio.

Con esta decisión final, el Papa Francisco deja una señal más de su legado: uno centrado en la humildad, la sencillez y la devoción mariana.