El adiós de una amiga: la monja que despidió al Papa Francisco desafiando el protocolo

Abr 23, 2025

Ningún guardia se atrevió a detenerla. Con paso sereno, mochila verde al hombro y el rostro marcado por la emoción, Sor Geneviève Jeanningros, de 81 años, se acercó al féretro del Papa Francisco en la basílica de San Pedro. No figuraba entre los invitados ni tenía autorización para estar allí. Pero lo hizo igual. Lo hizo por él. Porque eran amigos.

La escena, captada por periodistas y asistentes, se convirtió en uno de los momentos más conmovedores de la ceremonia fúnebre. La religiosa permaneció varios minutos en oración frente al cuerpo del Pontífice, sin que nadie interviniera. Quizás porque todos entendieron que aquello era más que un acto de fe: era un gesto de amor, de historia compartida y de respeto.

Sor Geneviève, sobrina de Léonie Duquet —una de las monjas desaparecidas durante la última dictadura argentina—, pertenece a la orden de las Hermanitas de Jesús. Desde hace más de cinco décadas ha consagrado su vida al servicio de los más olvidados: mujeres trans, feriantes, trabajadores informales de Ostia, en las afueras de Roma. Vivía en una caravana junto a su compañera de misión, la hermana Anna Amelia Giacchetto, en el mismo barrio que recorría a diario ayudando a quienes la necesitaban.

Fue precisamente en esa periferia donde nació la amistad con el Papa Francisco. Ella fue su puente con el mundo que no siempre se ve desde el Vaticano. Lo acompañó en visitas a comunidades trans, le llevó testimonios de personas en situación de calle, organizó almuerzos con trabajadoras sexuales que él mismo recibía en Santa Marta. Y durante la pandemia, gestionó ayuda directa para quienes no podían trabajar debido al confinamiento.

“El Papa siempre me llamó ‘l’enfant terrible’. Me decía que era demasiado frontal”, recordaba entre risas. Pero en realidad, esa honestidad y su lucha incansable por los marginados eran las cualidades que más admiraba en ella.

El vínculo entre ambos fue tan profundo que, en julio de 2024, logró algo impensado: que el Papa visitara un parque de diversiones en Ostia para encontrarse con los feriantes. No era solo una visita pastoral, era un abrazo simbólico a toda una comunidad ignorada.

El último gesto de Sor Geneviève, desafiando las normas del Vaticano para despedirse de su amigo, fue fiel reflejo de su vida. Una vida entregada a quienes viven al margen, y un cariño auténtico por un Papa que también supo mirar más allá del protocolo.

No hubo discurso. No hubo permiso. Solo ella, de pie junto al féretro, con lágrimas sinceras y una oración silenciosa. Fue su adiós. Y quizá, también, el adiós de todos aquellos que encontraron en Francisco una mano extendida y un corazón abierto.



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