Todos, en algún punto de la vida, hemos bebido de más. Y todos conocemos lo peor de esa experiencia: el chuchaqui del día siguiente. Ese malestar estomacal, el dolor de cabeza, la fotofobia, el asco al licor, y esa promesa que repetimos con solemnidad: “Nunca más voy a tomar”.
Pues bien, el chuchaqui postelectoral de Rafael Correa, después del 13 de abril, no se lo deseo ni a mi peor enemigo. Acostumbrado al ajenjo del poder, esta vez se empinó un trago amargo de realidad, y no solo quedó con chuchaqui: lo suyo fue un delirium tremens político, con alucinaciones de papeletas con tinta mágica, votos que brincaban de una foto a otra, y boletines donde la imagen de Daniel Noboa brillaba en un verde radioactivo.
Desde ese domingo hasta hoy —lunes al mediodía, mientras escribo estas líneas— Correa ha publicado más de 87 tuits sobre el supuesto fraude en contra de su candidata, Luisa González. ¡Ochenta y siete! Y eso sin contar los retuits a medios, aliados y acólitos que viven el mismo chuchaqui y lo acompañan en su trinchera de quejas.
En ninguno de esos tuits hay un solo atisbo de análisis serio. No hay reflexión sobre por qué más del 54 % de los ecuatorianos no quieren saber nada de él, de su candidata, ni de su “proyecto político”, que cada vez se parece más a una vendetta personal disfrazada de discurso social.
No hay autocrítica. No hay mirada al espejo. No hay reconocimiento de su papel como principal responsable del declive del movimiento que aún lidera —aunque ahora con menos “indios” y menos “caciques”.
Los que siguen validando sus delirios son los de siempre: los que le deben el desayuno, el almuerzo y la cena; los sin votos propios, los que viven de aplaudirle, grabarle los trends, limpiarle la boquita después de comer y escucharle contar, por enésima vez, sus aventuras cuando fue amo y señor del país. Como un gamonal senil, añorando los tiempos de hacienda.
En cambio, quienes todavía conservan un mínimo de sensatez —como Marcelita, Paolita, Pabelito y Aquilitos— tragaron en seco el resultado, aceptaron la derrota y siguieron trabajando en las ciudades y provincias más importantes del país. Porque ahí, en esos territorios, perdió la candidata que Correa eligió a dedo, después de tomarse otro buen trago de egolatría.
El chuchaqui es feo. La diferencia entre quienes lo superan y quienes sucumben es simple: descanso, hidratación y un poco de realidad.
Así que ya, papito, descansa. Tómate una agüita de valeriana. Y por favor, cierra Twitter un rato.
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