Parecería traído de los cabellos considerar a la crisis de seguridad del país como un tablero de juego, pero fácilmente se puede hacer una comparación que puede traer luces a nuevas formas de comprenderla y, por ende, abordarla.
Muchos analistas han insistido en verla como un acontecimiento homogéneo, con derivaciones, fases lineales, elementos que pueden ser prevenidos y valorados de manera anticipada, casi como una foto fija, a veces hasta copiada de las experiencias de otros países de la región. Dichas experiencias, en muchas ocasiones han servido como una especie de “moldes” de lecciones aprendidas, que no necesariamente se aplican a los patrones históricos, configuración, elementos determinantes, variables críticas, hechos portadores de futuro, semillas y potenciales patrones de cambio de la compleja crisis de seguridad en Ecuador, que además no aparece en solitario, sino ligada estructuralmente a otros factores que han detonado su advenimiento y su criticidad (políticos, económicos, culturales, ideológicos).
El tablero que nos presenta una crisis inserta en un conflicto complejo, adaptativo y sistémico, como sostiene el experto Salvador Raza, implica tener en mente que la incertidumbre, los factores sorpresa, las disrupciones en el comportamiento criminal, la proliferación de actores criminales, la ampliación de los mercados criminales, las alianzas ad hoc de delincuentes, pandillas, mafias, en una dinámica de movimiento permanente se mueven en una incertidumbre dinámica que atraviesa todas sus dimensiones. Esto quiere decir que el aumento de la violencia en todas la expresiones que hemos sido testigos responde al tipo de jugadas y jugadores que han intervenido en contextos determinados, con características propias territoriales: criminales, pandilleros, microcarteles, terroristas, mafias, narcotraficantes, delincuentes de cuello blanco y azul, ciberdelincuentes y en los mismos circuitos los aparatos de fuerza estatales como Fuerzas Armadas y Policía Nacional y grupos poblacionales de diversa condición, ciudadanos, actores del sector público, privado y que generan lo que el argentino Marcelo Manucci considera un vacío de predicción, producto de situaciones que “se creen” son conocidas, situaciones inéditas y dinámicas de ruptura, ante las cuales los caminos se entrecruzan y generan evoluciones imprevisibles.
El caso más emblemático es la atomización de las diversas estructuras criminales ( generaciones 1, 2, 3 y hasta 4) , los cambios permanentes en la división criminal del trabajo (quienes son blancos de alto valor, de valor intermedio, de servicios amplios, de servicios puntuales) y la espiral de violencia que va extendiendo sus tentáculos de manera convergente y sincronizada en diversas zonas y contra diversos actores de la población. En definitiva, no se puede hablar de fases- que implicaría un conocimiento lineal, y posibilidad de conocer todos los elementos constitutivos, sin considerar la volatilidad de los contextos- sino el ejercicio criminal y delincuencial que responde de manera heterogénea a las condiciones específicas de zonas y territorios con sus particularidades en una lógica adaptativa a conveniencia, de allí la focalización de los Estados de excepción, sobre todo en las zonas consideradas calientes y grises, y el avance u nuevos objetivos de las estructuras criminales .
La respuesta que se ha dado al fenómeno se convierte en una verdadera pista de obstáculos, un juego de reglas inestables, donde el conductor estatal, los operadores de la seguridad y la población son piezas que se van moviendo con inercias que puede prevenirse y anticiparse hasta cierto punto. No obstante, las jugadas mayores para neutralizar la inseguridad no han sido consecuentes ni concurrentes porque la diversidad de situaciones, el manejo de tiempos y niveles de las acciones criminales ya no buscan puntos de llegada sino mantenerse en el juego. Por tal motivo, intentar ordenar la volatilidad las condiciones de juego que diseña la criminalidad con criterios de anticipación estratégica continua, es un desafío enorme para el Estado, debido a la intensidad de los cambios, las transformaciones repentinas y los relatos que se construyen respecto a lo que ocurre. Esto exige que el Estado trabaje sobre r sobre los factores perturbadores y de emergencia, sus impactos, preparando la permanencia en el juego, la identificación clara de las vulnerabilidades para adelantarse a situaciones criminales subyacentes, crear nuevas narrativas sobre el juego y la interacción entre jugadores.
En definitiva el Estado está en el dilema de comprender en profundidad las dinámicas criminales, en sus diversos niveles, su heterogeneidad, buscar salidas integrales a la problemática que no se restrinjan al uso de la fuerza, sino a la recuperación de la institucionalización, con medidas de profunda transformación no solo estratégicas en seguridad, sino garantizando la lucha contra la corrupción e impunidad, y preocupándose por consolidar ámbitos de diálogos productivos entre todos los actores de la sociedad (culturas de paz), porque al fin y al cabo es un problemática que nos afecta a todos.
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