La gobernabilidad es el reto tras la campaña

Abr 14, 2025

Por Karina Granja

Las elecciones recientes han reflejado el grado extremo de polarización que atraviesa Ecuador. Esta división no solo ha evidenciado la ausencia de proyectos colectivos y visiones compartidas de futuro, sino que también ha dejado claro que, sin cohesión social, el desarrollo individual sostenible se vuelve prácticamente inalcanzable. En un entorno cada vez más marcado por el individualismo, urge rescatar la solidaridad transversal como pilar de convivencia.

A este panorama se suma una sociedad exhausta y escéptica. Tras la jornada electoral, marcada por el desencanto, el país no solo arrastra miedo, sino también una creciente ira y desconfianza hacia un futuro que muchos ya no perciben como prometedor.

El pasado domingo 13 de abril, el Consejo Nacional Electoral (CNE) oficializó los resultados que confirman la reelección de Daniel Noboa como presidente del Ecuador para el periodo 2025–2029. Con más del 90% de actas escrutadas, el binomio de Acción Democrática Nacional (ADN) logró una victoria irreversible frente a Luisa González, representante del correísmo. Esta victoria consolida no solo la continuidad del liderazgo de Noboa, sino también la presencia de un actor que irrumpió como outsider en medio de una grave crisis institucional aún latente.

Pese a los gestos de apoyo de ciertos sectores clave (aunque no de su contendora), el escenario que enfrenta el reelecto presidente dista mucho de ser favorable. La pregunta urgente es: ¿será posible construir una nueva agenda nacional bajo estas condiciones?

La reconciliación nacional es impostergable, pero se enfrenta a una Asamblea altamente fragmentada. Noboa no contará con una mayoría estable: de los 151 legisladores, la Revolución Ciudadana (RC) ocupará 67 escaños, mientras que ADN tendrá 66. La mayoría parlamentaria requiere 71 votos, una cifra que ninguna fuerza política alcanza por sí sola.

El país ya ha vivido los estragos de una Asamblea dominada por mayorías móviles, sujetas a intereses coyunturales. El propio Noboa, durante su primer año y medio de mandato, padeció un constante bloqueo legislativo. Este estancamiento institucional impidió cualquier avance significativo en reformas estructurales, precisamente las que el país necesita con urgencia.

Así, la gobernabilidad dependerá inevitablemente de pactos. Pero la pregunta clave es: ¿cuál será el precio de esos acuerdos?


Todo indica que el correísmo mantendrá una postura de oposición al menos en los primeros meses o años. Esto obligará al Ejecutivo a negociar con bancadas menores e independientes. Es probable que resurja el transfuguismo político, con legisladores intercambiando apoyo por cuotas de poder, ya sea en cargos territoriales o en el Ejecutivo. Un patrón que el país conoce demasiado bien.

Frente a este riesgo, el país necesita alternativas más éticas y funcionales. Una posibilidad sería la formación de bloques legislativos temporales, centrados en temas clave como la seguridad o la economía. En este contexto, la asignación de presidencias en comisiones será un terreno de negociación sensible.

¿Y la consulta popular como solución mágica? Difícilmente.


Recurrir a una Constituyente en este momento sería una apuesta temeraria en un país con una institucionalidad debilitada. La ciudadanía exige respuestas concretas, no reformas que posterguen la acción. Repetimos una y otra vez la esperanza con cada nuevo presidente, pero el Ecuador sigue siendo un país fracturado, donde las instituciones democráticas son ignoradas y donde el poder político interfiere, sin disimulo, en la justicia y otros órganos del Estado.

Por eso es vital que el nuevo presidente escuche y se abra a otros sectores. Después de unas elecciones que han sido, sin duda, de las más desgastantes en la historia reciente, los ciudadanos están hartos de volver a las urnas sin ver resultados tangibles. Existe un claro desgaste democrático.

La gobernabilidad auténtica debe construirse sobre un Pacto Ético, que involucre a todos los sectores de la sociedad y ponga fin a los enfrentamientos entre “ismos” y “antis”. La prioridad ya no es quién tiene la razón, sino cómo recuperamos un país que no puede esperar más.



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