Lo viejo no termina de morir y lo nuevo lejos está de incubarse. Esa sería la síntesis de lo que vivió ayer Ecuador, en las elecciones más disputadas en las últimas décadas. Un sinónimo casi de lo que viene ocurriendo a nivel global. Con un Donald Trump profiriendo amenazas a mansalva, instaurando aranceles, por momentos ridículos, y reculando hasta el 10 % y quitarlos de lleno a los IPhone (después de todo un arma básica en esta “guerra”). Lo suficiente para alterar los mercados, poner en alerta al mundo empresario de su país y marcar los límites de esta suerte de guerra no convencional que viene de desatar con China, en donde Xi Jinping está dispuesto a no ceder, a redoblar la apuesta sistemáticamente. Las urgencias y necesidades de uno y otro son tan dispares como sus respectivas culturas. Estados Unidos y el marshall Trump amenazados en su condición de imperio. La China milenaria que se ve desafiada a resistir el embate, para consolidar su propósito de liderazgo global, meta autoimpuesta desde la época de las reformas de Deng Xiaoping para ingresar en la era del “socialismo con peculiaridades chinas”. Una suerte de turbo capitalismo que eclipsa a Occidente y lleva a Washington a una encerrona de la que el magnate reincidente en la Casa Blanca viene ensayando en cómo salir.
El plan de Trump poco tiene que ver con las posturas académicas en boga a lo largo del último siglo. La exacerbación del proteccionismo, por parte de un empresario que construyó su fortuna en el paraíso del libre mercado, son muestras de una desesperación que podría ser devaluatoria si se miden las variables económicas. Eligió el terreno, las armas y las formas de plantear la pelea. Lo hizo como si fuese uno de los muchachos de la Five Ponts (los cinco puntos), allá en los días fundacionales de Nueva York a comienzos del siglo XIX. Demasiado poco para enfrentar a uno de los principales acreedores de la deuda estadounidense como es China.
Pekín responde con aranceles y con política. Esa materia prima esencial tan escasa en los últimos tiempos. Coordinó con Japón, el principal tenedor de deuda americana, 1,1 billones de dólares, muy por encima de los 749.000 millones en bonos públicos estadounidenses que posee China. Mientras no suenen las balas, el arma letal a la que debe temer Trump y su séquito es ese: “El botón nuclear de la deuda”, en poder de esos dos países asiáticos.
Entonces, nada es lo que debería ser en términos convencionales. Ni lo que surja de las urnas, aquí o en Cafarnaúm. Ni los gestos europeos por proponer aranceles cero a Washington, mientras uno de sus miembros (el español Pedro Sánchez) vuela de urgencia a Pekín y otro, el húngaro Viktor Orbán, corrió a regar una charla urgente con vodka junto a Vladímir Putin en Moscú. Difícil es ser el jamón del emparedado de dos potencias en pugna, careciendo de estrategia y de herramientas políticas para enfrentar este nuevo momento histórico. En los próximos días, Georgia Meloni hará lo propio con su amigo de la Casa Blanca, para tratar de convencerlo de los aranceles 0 % con todo Europa.
Lo que se cree nuevo no alumbra. Basta poner el dedo sobre un punto del planisferio y se plantea un dilema similar. Y a la mano tenemos la Argentina de Milei. Acaba de anunciar el fin de las restricciones cambiarias que obstaculizan la economía, pero de inmediato advirtió que el tipo de cambio oscilará entre bandas y si se excede habrá intervención del Banco Central. Todo para esconder una devaluación a la que el Fondo Monetario Internacional (FMI) lo viene forzando para darle un préstamo que evite la hecatombe.
¿Esquizofrenia gubernamental o un intento de tomar por tonta a toda una sociedad? Queda a elección del lector. Lo cierto es que esto de nuevo tiene menos que el que esto escribe de monja. Hasta aquí, el engendro ha tenido como resultado un deterioro de la clase media y la consolidación de la pobreza estructural.
Un resultado que se puede repetir en otras latitudes impensadas, hasta no hace mucho, si las amenazas arancelarias de Trump terminan por concretarse y China, convencida de que este desafío es una prueba más en su largo camino al liderazgo global, opera en consecuencia.
Asistimos a demostraciones palpables de los estertores de lo viejo, sin que lo nuevo, por momentos casi un deseo generalizado y como una quimera, ni siquiera se vislumbre.
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