Una nación a la espera de madurez política

Abr 13, 2025

Por Heidi Galindo

Ecuador vota hoy, una vez más, cargando el peso de su historia y la sombra de un futuro incierto. En las últimas semanas, la ciudadanía ha sido testigo de una campaña electoral donde los proyectos del país han quedado soterrados bajo montañas de agravios y gestos teatrales. En medio de esta disputa pueril, hemos presenciado todo: desde el cuestionado experto extranjero que promete soluciones de seguridad, pasando por el odio desbordado que vuelve a dividir a familias y a amigos, hasta una contraparte que hace malabares con promesas de bienestar, desplegándose así la más auténtica puesta en escena de la sofística política contemporánea.

No se trata solo de una contienda entre candidatos, sino del debilitamiento mismo de la palabra pública. El branding político y la infantilización del debate han operado como una suerte de cicuta democrática: un cóctel envenenado para la deliberación. En este escenario, el pensamiento crítico no solo es ignorado, sino activamente rechazado, en favor de la adhesión ciega y la emoción inmediata.

Sumidos en un ciclo ininterrumpido de crisis -violencia, descomposición institucional, desempleo, migración forzada, crisis energética-, el país está atrapado en una espiral de inestabilidad que parece no tener fin. La política, carente de sustancia y saturada de efectos vacíos, ¿puede realmente hacer frente a estos problemas urgentes? La gobernabilidad, en tiempos convulsos, no puede mantenerse en la confrontación radical. Exige, en cambio, diálogo, construcción de consensos y respeto por el otro.

Ecuador amanecerá mañana con un nuevo nombre en el poder, pero los problemas no habrán cambiado de rostro. El desafío no es solo administrar un país fracturado, sino también gobernar para quienes no lo eligieron. ¿Cómo hará para enfrentar y transformar el odio sembrado en estos meses? ¿Se repetirá la historia de persecución y represalias, o se abrirá paso a una reconciliación genuina?

Comienza ahora el verdadero reto: reconstruir un pacto de gobernabilidad con ética, no con espectáculo. Esto exige instituciones fuertes, una ciudadanía crítica y una clase política menos adicta al escándalo y más comprometida con la complejidad del país. La madurez que la campaña no ofreció deberá exigirse ahora, con firmeza, desde la sociedad. Porque no basta con cambiar de actor -o mantener el mismo- si el libreto sigue siendo mediocre. Y tal vez sea hora de que el público empiece a exigir, al menos, otro tipo de obra.



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