Esta semana iba a escribir sobre los 13.000 kilos de cocaína incautados en Algeciras, España, en uno de los cinco contenedores de bananos provenientes de Ecuador, pero una conversación de una pareja que escuché en un viaje en tren me hizo cambiar el rumbo. Venían en el asiento atrás del mío y por su acento en español, deduje que él era chileno y ella española. Hablaban de migración tanto en sus países de origen como en Alemania, donde vivían probablemente desde hace más de 20 años. Estimé que deberían tener más de 40 años.
El chileno explicaba que en su país siempre habían vivido muchos migrantes latinoamericanos, mayoritariamente peruanos. A éstos se habían sumado una “avalancha” de venezolanos. Ella confirmaba lo suyo en España, básicamente con la migración de marroquíes y también de colombianos y ecuatorianos. Coincidían también en su apreciación de lo terrible que ha sido para Alemania la última corriente migratoria de “musulmanes” (en referencia a provenientes de Afganistán, Siria, Irak en 2015 durante el gobierno de Merkel) y de “negros” (de varios países africanos) que costaban ingentes recursos a Alemania, poniendo en peligro los valores, la cultura europea en general y sobre todo la seguridad del común de los ciudadanos.
Por el contrario, ellos se consideraban “buenos migrantes”; compartían los valores alemanes, tenían trabajo y no desentonaban desde la perspectiva racial. Afirmaban estar “integrados”, aun cuando aceptaban que en el trabajo sentían que los habían limitado en sus ambiciones y verdaderas capacidades por ser extranjeros y que cambiar de empresa no sería distinto porque era una situación “intrínseca” al sistema. La explicación que se daban a sí mismos era el racismo y en parte también el idioma. Estos factores seguían siendo una barrera luego de tantos años, básicamente porque su mentalidad y su actitud hacia la vida eran muy diferentes a la de los alemanes.
Mientras los escuchaba, pensaba: ¿cómo podían autodefinirse como integrados, si ellos mismos admiten ser discriminados laboralmente por ser extranjeros y mantener actitudes de vida y mentalidades distintas a las de los alemanes? Ambos ignoraban que en sus respectivos países hubo épocas en que sus compatriotas tuvieron que migrar masivamente en búsqueda de mejores días porque la vida para el ciudadano normal se volvió imposible en sus países. Sin ir más allá en la historia reciente de Latinoamérica el éxodo de más de 7 millones de venezolanos, de los cuales casi 6 millones se establecieron en países “hermanos”, como Colombia (2,9 millones), Perú (1,5 millones), Brasil (580 mil), Chile (530 mil) y Ecuador (440 mil), han experimentado los mismos sentimientos que cualquier migrante de racismo y discriminación y no por una diferente actitud hacia la vida o distinta mentalidad o religión y menos por el idioma.
La percepción de la “avalancha” de venezolanos en Chile es equívoca, porque no representan ni el 3% de la población. Percepción que se extiende también hacia los peruanos. Acorde a una investigación de la Pontificia Universidad Católica de Chile en un universo de más de 3 mil chilenos entre el 2010 y 2019, casi un 60% de los encuestados declararon que Chile “está lleno de peruanos”, a quienes perciben como una amenaza para la identidad cultural y para el incremento del desempleo, a pesar de haber contestado también no haber tenido contacto con peruanos.
Entre el 2015 a 2022 se registraron casi 7 millones de solicitudes de asilo en Europa, fundamentalmente de la corriente migratoria “musulmana”, por provenir de países o zonas en guerra. En la actualidad 2 millones ya han sido aprobadas. Sorprendentemente a 5,4 millones de ucranianos (desde 2022) se les dio refugio en toda Europa inmediatamente, incluyendo permisos de trabajo, cursos de lengua, escolarización para sus hijos y sobre todo simpatía pública general. A diferencia de los “musulmanes” y “negros” que se juegan la vida para llegar a algún país europeo que les acoja, los ucranianos llegan en transporte público o privado. Comprensible porque están huyendo del eje del mal.
La llegada masiva de migrantes ha generado presión sobre los sistemas de salud, educación y vivienda en los países receptores, lo que en países de recursos limitados se siente; sin embargo, el problema más grande no es este sino el discurso político irresponsable. Partidos populistas de extrema derecha, como el AfD en Alemania, alimentan los sentimientos antimigrantes, al encuadrarlos como una amenaza a la identidad alemana, a la cultura y a los valores religiosos cristianos.
Claro, hasta en la migración se aplica el doble estándar que caracteriza a la política general europea. Migrantes cristianos, blancos, en lo posible rubios, son siempre bienvenidos. Nunca dejará de admirarme la narrativa de los valores cristianos en los discursos contra los migrantes, se les olvida que el propio Jesús y su familia fueron migrantes, huyeron de Herodes desde Judea y encontraron asilo en Egipto. De hecho, la Biblia está llena de versículos, pasajes y enseñanzas sobre el “deber sagrado” de acoger a los forasteros, podría ser que alguno sea un mensajero divino. Como soplan los vientos de guerra en Europa esperemos que no les toque emigrar como a sus antepasados, estoy seguro que entonces se volverán verdaderos cristianos.
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